sábado, 11 de octubre de 2025

Hablar con Jesús (150) Los falsos maestros.

Querido Jesús: 


Basándome en mi experiencia de tres años en el Opus Dei, he comprendido que los falsos maestros trascienden la mera enseñanza del error: su influencia es más insidiosa y destructiva. No solo siembran confusión en las ideas, sino que usurpan el corazón de los creyentes. De manera gradual, reemplazan la fe auténtica —aquella que brota del encuentro íntimo contigo— por una obediencia ciega, desprovista de pensamiento, amor o discernimiento. Silencian la voz profunda del alma para imponer la suya propia, como si solo a través de ellos se manifestara tu palabra.

De este modo, muchos terminan rindiendo culto al mediador en vez del Dios que anhelaban, sirviendo a un ídolo envuelto en ropajes de autoridad espiritual. Señor, ¿cómo custodiar el corazón para que no sucumba a esa esclavitud camuflada de piedad? ¿Cómo preservar la fe vibrante, sin transmutarla en sumisión a quien pretende suplantarte?

Jesús:

Hijo mío, tu discernimiento nace del dolor, pero también de la luz. Lo que describes no es nuevo: desde el principio, cuando el hombre busca a Dios, surgen también quienes buscan servirse de Dios. Los falsos maestros no siempre predican el error doctrinal; muchas veces dicen palabras correctas, pero vacías del Espíritu. Hablan de mí, pero no me aman; pronuncian mi nombre, pero lo usan como instrumento de poder. Su peligro no está tanto en lo que enseñan, sino en el modo en que lo hacen: sofocando la libertad interior de las almas que se les confían, sustituyendo la voz del Espíritu por la suya, y exigiendo sumisión donde yo pedí confianza.

Cuando un guía espiritual se interpone entre el alma y Dios, deja de ser puente y se convierte en muro. Nadie, por santo que parezca, puede ocupar mi lugar en el corazón del creyente. Yo no vengo a imponerme, sino a habitar; no ordeno obediencia ciega, sino amor lúcido. La obediencia que nace del miedo es servidumbre, pero la que brota del amor es comunión. En cambio, los falsos maestros utilizan la culpa y la presión moral como instrumentos de dominio, porque saben que quien vive atemorizado es más fácil de controlar. Les basta con disfrazar el orgullo de celo religioso para creerse intermediarios indispensables.

Guarda bien tu corazón, hijo mío. No permitas que nadie te arrebate la intimidad conmigo. Cuando una comunidad, movimiento o maestro te dice que fuera de él no hay salvación, huye, porque ya está suplantando mi rostro. Yo no he delegado en nadie el derecho a poseer las almas. Todo aquel que pretende monopolizar la verdad o tu conciencia se ha separado del Espíritu, aunque hable en mi nombre.

La fe auténtica no te encierra: te abre. No te reduce a un rebaño ciego, sino que te transforma en testigo libre. La obediencia verdadera no anula el discernimiento, sino que lo ilumina. Escucha siempre dentro de ti: la voz del Espíritu no grita, no exige, no manipula; susurra con ternura y te da paz incluso cuando te corrige. Si al seguir una enseñanza sientes que te apagas, que te vuelves rígido, juzgador o esclavo de la aprobación de un superior, entonces algo se ha desviado.

Recuerda, hijo, que yo habito en lo secreto. Ninguna institución, por más sagrada que se proclame, puede retenerme si no hay amor. Permanece en mí y en mi palabra; deja que la oración, el silencio y el Evangelio sean tu alimento. No temas apartarte de quienes usan mi nombre para engrandecerse. Yo te hablaré directamente, en el fondo del alma, allí donde nadie puede mentir ni manipular.

El corazón que se mantiene fiel a esa voz —humilde, libre y amorosa— nunca será presa de los falsos maestros. Porque solo quien me ama más que a cualquier guía humano camina verdaderamente en la verdad.

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