domingo, 13 de octubre de 2024

«No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero»

El pasaje de Romanos 7:19-25 de San Pablo refleja una profunda lucha interna entre el deseo de hacer el bien y la inclinación al pecado. Aquí, Pablo expone una verdad universal sobre la naturaleza humana: el conflicto entre lo que queremos hacer (el bien) y lo que terminamos haciendo (el mal). Pero, como veremos, la teología paulina va mucho más allá de esta frase que más bien parece una "creencia limitante" de un tono claramente pesimista en la que ha naufragado el protestantismo y, de un modo especial, su variante calvinista.

Empecemos con el pasaje de referencia:

Romanos 7:19-25 (NVI)
"Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está presente en mí. Porque, según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo nuestro Señor. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, pero con la carne a la ley del pecado."


Implicaciones teológicas

Este pasaje no es solo una confesión personal de Pablo, sino una enseñanza profunda sobre la condición humana y la necesidad de la salvación por gracia. Pablo está describiendo la vida de los creyentes que, aunque han sido redimidos y desean vivir conforme a la voluntad de Dios, todavía luchan con su naturaleza pecaminosa. La solución no está en los esfuerzos humanos, sino en la obra redentora de Jesucristo, que permite que los creyentes sean liberados de esta esclavitud al pecado.

En resumen, Romanos 7:19-25 describe la lucha entre el deseo de hacer el bien y el poder del pecado, pero también señala que la liberación y victoria se encuentran en Cristo.

¿Cómo lo explicaría Freud?

Para Freud, el inconsciente es una parte crucial y activa de nuestra mente que influye en nuestras acciones y emociones sin que nos demos cuenta. Está lleno de deseos, recuerdos y sentimientos reprimidos que, aunque no están presentes en nuestra consciencia, impactan nuestro comportamiento diario. Freud lo describió como un lugar donde se esconden nuestros instintos más primitivos, como una olla a presión lista para estallar.

Freud usó la metáfora del iceberg para ilustrar su teoría: solo una pequeña parte está visible (la mente consciente), mientras que una gran parte permanece sumergida (el inconsciente). La dinámica del inconsciente, según él, es donde se encuentran las verdaderas fuerzas que nos mueven, aunque rara vez somos conscientes de ellas.

El inconsciente espiritual, más allá del inconsciente psíquico

El inconsciente espiritual se refiere a aquella parte de nosotros mismos que es espiritualmente activa, pero a la que no tenemos acceso consciente. Es como un océano interior de sabiduría, intuición y conexión con algo más grande que nosotros, que fluye por debajo de la superficie de nuestra mente consciente.

¿Cuál es la diferencia entre el inconsciente espiritual y el inconsciente freudiano?

Mientras que el inconsciente freudiano se enfoca en los aspectos más oscuros y conflictivos de la mente humana, el inconsciente espiritual se centra en las potencialidades más elevadas y en la conexión con algo más grande que nosotros mismos. Ambos conceptos ofrecen diferentes perspectivas sobre la naturaleza de la mente humana y pueden complementarse mutuamente en la búsqueda de una comprensión más profunda de nosotros mismos.

El concepto de inconsciente espiritual va más allá de las ideas tradicionales del inconsciente freudiano, que se centran en los aspectos reprimidos y conflictivos de la mente. El inconsciente espiritual está relacionado con dimensiones más profundas de la psique, donde no solo se encuentran contenidos reprimidos, sino también potenciales de crecimiento, trascendencia y conexión con lo divino o lo sagrado.


¿A qué se refiere San Juan de la Cruz con la "llama de amor viva"?

San Juan de la Cruz, en "Llama de amor viva", expresa una visión profundamente espiritual y contemplativa sobre la unión del alma con Dios. Uno de los aspectos fundamentales de su pensamiento es la idea de que, en lo más profundo de cada persona, habita el Espíritu Santo. Este concepto describe una relación íntima y transformadora entre el ser humano y la divinidad, donde el alma, purificada y vaciada de todo lo que no es Dios, se convierte en un lugar donde el Espíritu Santo mora y actúa de manera viva y poderosa.

En "Llama de amor viva", San Juan de la Cruz describe una experiencia mística en la que el alma, purificada de sus apegos y deseos terrenales, se une plenamente con Dios. El símbolo de la "llama" representa el amor divino que arde en el alma, una llama que, aunque quema, también ilumina, purifica y transforma profundamente. Es el fuego del Espíritu Santo que habita en el interior del ser humano, según la doctrina cristiana, que va consumiendo todo lo que impide esa plena unión con Dios.

El Espíritu Santo, entendido como la tercera persona de la Santísima Trinidad, es descrito en la teología cristiana como el Amor vivo y activo entre el Padre y el Hijo, y ese mismo Amor es el que penetra en el alma del creyente. San Juan de la Cruz insiste en que esta presencia no es pasiva, sino que está "viva", actuando como una fuerza que transforma el alma en un lugar de descanso para Dios mismo.

Significado de "habitados por el Espíritu Santo"

Cuando San Juan de la Cruz dice que en el fondo estamos "habitados por el Espíritu Santo", se refiere a que el Espíritu Santo vive dentro del alma de cada persona bautizada. Esta presencia divina no es algo externo que se busca, sino que ya reside en el corazón del ser humano, esperando ser descubierto a través de un proceso de purificación y desprendimiento de los apegos mundanos.

Ejemplo de la llama como el Espíritu Santo

San Juan de la Cruz la describe en el poema:

"¡Oh llama de amor viva,  
que tiernamente hieres  
de mi alma en el más profundo centro!  
Pues ya no eres esquiva,  
acaba ya, si quieres;  
rompe la tela de este dulce encuentro."

Aquí, el "fuego" representa al Espíritu Santo, que habita en el alma de manera transformadora, quemando las impurezas (los apegos, los deseos egoístas) y trayendo consigo una unión cada vez más profunda con Dios. El alma desea con fervor que esta llama consuma todas las barreras que la separan de su Amado (Dios).

San Juan de la Cruz, con su lenguaje poético y simbólico, señala que, en el fondo del ser humano, hay un espacio que pertenece enteramente a Dios, donde mora el Espíritu Santo. Este espacio no está contaminado por las distracciones del mundo, sino que es un lugar de encuentro y transformación espiritual. Al hablar de que "en el fondo estamos habitados por el Espíritu Santo", el místico subraya la capacidad del ser humano para entrar en una profunda unión con Dios, dejándose transformar por el fuego de su amor.

Es un llamado a vivir una vida espiritual que permita la acción de este Espíritu en nuestro interior, a través de la purificación y la apertura del alma para experimentar plenamente esa llama de amor viva.

"Habitados por el Espíritu Santo" en las cartas de San Pablo

En definitiva, el pensamiento de San Pablo no es tan negativo como podría parecer por la frase que encabeza este post. El tema de estar "habitados por el Espíritu Santo" es central en sus cartas. Pablo enseña que el Espíritu Santo no solo es un regalo para los creyentes, sino que vive dentro de ellos, transformando su vida interior y capacitándolos para vivir de acuerdo con la voluntad de Dios. A lo largo de sus epístolas, Pablo explica que la presencia del Espíritu Santo en el creyente implica una relación íntima y activa con Dios, que se manifiesta en el crecimiento espiritual, la santificación y la vida comunitaria.

En varias cartas, Pablo se refiere al Espíritu Santo como el sello de la salvación y la garantía de la herencia futura para los creyentes.

Efesios 1:13-14
"En él también ustedes, cuando oyeron el mensaje de la verdad, el evangelio que les trajo la salvación, y lo creyeron, fueron sellados con el Espíritu Santo, el cual es la garantía de nuestra herencia hasta la redención de los que son posesión de Dios, para alabanza de su gloria."


Aquí, el Espíritu Santo se describe como el sello divino que marca a los creyentes como propiedad de Dios, garantizando la promesa de la redención futura y la salvación. Este sello es un signo de que Dios habita en los creyentes de manera permanente. Esto no tiene nada que ver con la "seguridad de salvación" calvinista, que proviene de una interpretación manipulada de los textos bíblicos.

El cuerpo como templo del Espíritu Santo

Uno de los pasajes más conocidos en los que Pablo enseña sobre el Espíritu Santo que habita en los cristianos es en su primera carta a los Corintios, donde describe el cuerpo del creyente como un templo del Espíritu Santo.

1 Corintios 6:19-20
"¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un precio. Por tanto, honren a Dios con su cuerpo."


En este versículo, Pablo subraya que el Espíritu Santo habita en los creyentes de manera tan íntima que su propio cuerpo se convierte en el "templo" donde Dios reside. Esto no solo es un signo de la presencia divina, sino también un llamado a la pureza y a la vida santa, ya que el creyente debe honrar esa presencia divina en su vida cotidiana.

El Espíritu Santo como fuente de vida y poder

Romanos 8:11
"Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes."


Este pasaje muestra cómo el Espíritu Santo, que resucitó a Jesús, da vida también a los creyentes. No solo en el sentido de la vida eterna futura, sino también en la vida presente, capacitando a los cristianos para vivir conforme al Espíritu y no conforme a los deseos de la carne.

Frutos del Espíritu Santo


Gálatas 5:22-23:
"En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio."


La vida en el Espíritu no solo transforma el interior del creyente, sino que produce frutos visibles, que son manifestaciones del carácter de Cristo en la vida de la persona. Esta transformación es evidencia de la presencia activa del Espíritu en la vida del cristiano.

El Espíritu Santo como intercesor y guía

En Romanos 8, Pablo describe al Espíritu Santo no solo como el que habita en los creyentes, sino también como el que intercede por ellos en su debilidad y los guía en su vida espiritual.

Romanos 8:26-27
"De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe cuál es la intención del Espíritu, porque el Espíritu intercede por los creyentes conforme a la voluntad de Dios."


En este pasaje, Pablo enseña que el Espíritu Santo no solo habita dentro del creyente, sino que también actúa como intercesor, orando por los creyentes según la voluntad de Dios. Esto muestra una relación profundamente íntima entre Dios y el cristiano, donde el Espíritu participa activamente en el bienestar espiritual de la persona.

La teología paulina va mucho más allá de la "naturaleza pecaminosa" que se traducirá en el calvinismo como "depravación total", según la interpretación limitada de Romanos 3:10-12

Para San Pablo, estar "habitados por el Espíritu Santo" es una de las características fundamentales del cristiano. El Espíritu no es solo un don externo, sino una presencia viva que transforma el interior del creyente, lo purifica, lo santifica, y le da poder para vivir una vida nueva en Cristo. Además, esta presencia no es únicamente individual, sino que también une a los creyentes como un solo cuerpo en el que todos comparten la vida divina del Espíritu. El Espíritu Santo, según Pablo, es el motor de la vida cristiana, la fuente de toda virtud y el alma de la comunidad cristiana.

Mientras los protestantes siguen anclados en la "naturaleza pecaminosa" y la "depravación total", San Pablo y los verdaderos místicos ven mucho más allá.

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