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El insomnio de Proust comenzó en la niñez, probablemente relacionado con su frágil salud. Desde los nueve años, sufrió ataques de asma que lo dejaron bajo los cuidados constantes de su madre, Jeanne Weil. Esta condición respiratoria, junto con una sensibilidad extrema y rasgos psicológicos como ansiedad severa y depresión, contribuyó al desarrollo de un insomnio crónico. Según estudios médicos, como el publicado en Sleep Medicine, su insomnio podría clasificarse como idiopático, ya que no había factores precipitantes claros y se manifestó desde una edad temprana.
A medida que Proust envejecía, su insomnio empeoró, llegando a un punto en el que su ciclo de sueño-vigilia se invirtió completamente en los últimos años de su vida. Dormía durante el día y trabajaba por la noche, recluido en su habitación forrada de corcho para aislarse del ruido y la luz. Este aislamiento, aunque forzado por su salud, le permitió sumergirse en la escritura de su obra maestra.
El insomnio de Proust no fue solo una carga; también fue una fuente de inspiración. En "En busca del tiempo perdido", el tema del insomnio dirige la narrativa desde el inicio. La famosa primera línea, "Mucho tiempo he estado acostándome temprano", introduce al lector en un mundo donde el narrador, un reflejo del propio Proust, lucha por conciliar el sueño. Este estado de vigilia se convierte en el punto de partida para un viaje a través de la memoria involuntaria, donde los recuerdos emergen con una intensidad casi onírica.
El insomnio de Proust no fue únicamente una carga, sino también una fuente de inspiración. En "En busca del tiempo perdido", el tema del insomnio guía la narrativa desde el comienzo. La célebre primera línea, «Mucho tiempo he estado acostándome temprano», sumerge al lector en un mundo donde el narrador, un reflejo de Proust, lucha por conciliar el sueño. Este estado de vigilia se transforma en el punto de partida para un viaje a través de la memoria involuntaria, en el que los recuerdos emergen con una intensidad casi onírica.
El insomnio obligó a Proust a llevar una vida sedentaria y aislada. Pasaba la mayor parte de su tiempo en la cama, no solo escribiendo, sino también consumiendo una variedad de medicamentos para controlar sus dolencias. Proust tomaba hasta seis tipos de somníferos, incluyendo opio y Veronal, un barbitúrico que en 1919 le causó una intoxicación grave, afectando su memoria y expresión. También usaba estimulantes como adrenalina y morfina, lo que probablemente exacerbó su insomnio al alterar aún más su ciclo de sueño.
Este régimen farmacológico, combinado con su reclusión, creó una paradoja temporal: Proust, postrado en cama, tenía "todo el tiempo del mundo" y, al mismo tiempo, vivía en un estado de urgencia, consciente de su fragilidad. Como señala Taussig, Proust existía en un "espacio mortal análogo a la muerte", donde el insomnio era una forma de morir despierto.
Hacia el final de su vida, el insomnio de Proust se intensificó junto con sus problemas respiratorios. En 1922, una bronquitis mal tratada lo llevó a la muerte a los 51 años. Sin embargo, su relación con el insomnio tuvo un cierre casi mítico. Al completar "En busca del tiempo perdido", Proust le anunció a su fiel sirvienta, Céleste Albaret, que había escrito la palabra "Fin". "Ahora puedo morir", dijo, según Taussig, añadiendo que también podría haber dicho: "Ahora puedo dormir". Este momento simboliza cómo el insomnio, que lo atormentó toda su vida, también fue el motor que lo llevó a terminar su obra.
Curiosamente, la muerte de Proust estuvo precedida por una visión artística. En sus últimos instantes, dictó una frase sobre la "paciencia china" en el trabajo del pintor Vermeer, como si incluso en la muerte, su mente estuviera inmersa en la contemplación estética.
El insomnio de Marcel Proust no fue solo un trastorno médico, sino una fuerza que moldeó su vida y su obra. Lejos de ser un simple obstáculo, se convirtió en una lente a través de la cual exploró la memoria, el tiempo y la condición humana. Su lucha contra la vigilia, reflejada en la prosa laberíntica de "En busca del tiempo perdido", lo convirtió en un cronista único de la experiencia humana, demostrando que incluso en el sufrimiento puede encontrarse una chispa de genialidad. Como dijo el propio Proust, solo al final de su obra el narrador encuentra la licencia para escribirla, un eco de cómo su insomnio, al agotarlo, también lo liberó para crear una de las obras más grandes de la literatura universal.
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