viernes, 14 de marzo de 2025

La zombificación

Francina Illeus y Clairvius: dos personas dadas por muertas
y enterradas que reaparecieron años después en sus comunidades.

William Seabrok fue a Haití en 1927 y escribió La isla mágica, que relataba su viaje, un libro imposible de conseguir, al menos en la RD. Cuenta que un lugareño lo llevó a la plantación de la Corporación Azucarera y le presentó a los zombis que trabajaban en los campos de noche. "Caminaban lenta y pesadamente, como autómatas. Sus ojos eran lo peor. En verdad eran los ojos de un hombre muerto; no ciego, sino fijos, desenfocados, que no miraban nada", dice.

La zombificación existe. La investigó Vicente Romero, un periodista español que estuvo siete veces en Haití. La zombificación, tal como la aborda Vicente Romero en su libro Tierra de zombis: Vudú y miseria en Haití, es un fenómeno que trasciende la mera superstición o el mito popular para adentrarse en un terreno donde lo cultural, lo histórico y lo científicamente verificable se entrelazan de manera fascinante. Romero, un reconocido periodista español con una dilatada carrera cubriendo conflictos internacionales, visitó Haití en siete ocasiones entre 1981 y 2013. A lo largo de estos viajes, documentó no solo la cruda realidad social y política del país, sino también las prácticas relacionadas con el vudú y los casos de zombificación que, según él, tienen una base real.

En su obra, Romero narra cómo conoció y filmó a tres personas cuya muerte había sido documentada oficialmente, pero que, sorprendentemente, estaban vivas, aunque en un estado alterado que las asemejaba a los zombis de la tradición haitiana. Estos individuos, según sus investigaciones, habrían sido sometidos a un proceso que combina el uso de sustancias tóxicas —como la tetrodotoxina, derivada del pez globo— con rituales vudú. La tetrodotoxina, conocida por su capacidad para inducir un estado de parálisis profunda que simula la muerte, podría ser administrado por sacerdotes vudú o bokores como parte de un castigo o una forma de control social. Una vez "revividas", estas personas quedaban en un estado de docilidad extrema, con las funciones cognitivas severamente limitadas, lo que las convertía en los "zombis" descritos en la cultura popular haitiana.

Romero argumenta que este fenómeno no es solo un relato folclórico, sino un hecho científicamente probado, respaldado por estudios de investigadores como el etnobotánico Wade Davis, quien en los años 80 exploró la zombificación en Haití y detalló el uso de estas sustancias en su libro La serpiente y el arcoiris. Sin embargo, más allá de la explicación química, Romero enfatiza el contexto social: en un país marcado por la pobreza extrema, la violencia y más de dos siglos de inestabilidad política, el vudú y la zombificación han servido como herramientas de cohesión cultural y, en algunos casos, de poder sobre la población.

En Tierra de zombis, Romero no se limita a la espectacularidad del tema. Su crónica es un retrato profundo de Haití, un lugar que describe como "el país donde no existe la verdad", atrapado entre su rica historia —fue el primer país americano en independizarse y abolir la esclavitud— y su presente de miseria y olvido. La zombificación, en este sentido, se presenta como una metáfora y una realidad tangible de una sociedad que lucha por sobrevivir a sus propios demonios, tanto internos como impuestos por influencias externas, como la complicidad histórica del "vecino del Norte". Su libro invita a los lectores a mirar más allá de los estereotipos de Hollywood y a comprender la complejidad de un pueblo cuya realidad, como diría Alejo Carpentier, es maravillosa y atroz al mismo tiempo.

«Se las arreglan para poner el polvo zombi allá por donde vaya a pasar la víctima escogida o en un objeto que suela utilizar. Una vez que la persona entra en contacto con el polvo, se produce la penetración de éste a través de la piel. El ingrediente principal es la tetrodotoxina, una toxina segregada por un pez que se encuentra en las Antillas al igual que en Japón. Su nombre es pez poffe, o pez globo, y contiene una sustancia que es casi 300.000 veces más potente que la morfina. Una vez que esa toxina entra en el cuerpo, se empiezan a sufrir sus efectos. Paulatinamente van produciéndose trastornos que afectan a todo el organismo. Va disminuyendo el metabolismo de la persona hasta llegar a mínimos que ya no pueden ser medidos ni controlados con los métodos rutinarios. Entonces, al no apreciar la respiración ni los latidos del corazón, quienes están presentes creen que esa persona ha muerto.

»La persona es introducida en un ataúd y sepultada en una tumba o un nicho. Pero no tiene por qué ser inmediatamente. Hay un plazo indeterminado de tiempo durante el cual permanece como si estuviera realmente muerta. Incluso puede ser velada o permanecer en la morgue».

Cuento los detalles en el apéndice.

Juan Julio Alfaya. *La mujer sin ego*. Página 78.

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