lunes, 3 de marzo de 2025

Estilo conciso en la novela. Tres ejemplos.


Daniel Defoe, George Orwell y Ernest Hemingway reflejan ese espíritu conceptista inspirado en la claridad, el ingenio y la eficacia narrativa de Baltasar Gracián, por oposición a los excesos estilísticos del culteranismo. Cada uno, a su manera, prioriza la sustancia y el propósito sobre la forma decorativa, lo que los hace interesantes sobre cómo escribir una novela sin "hacer literatura" en un sentido ornamental.

Daniel Defoe

En Robinson Crusoe (1719), Defoe adopta un estilo casi documental, como si estuviera transcribiendo un diario real. Su prosa es sencilla, práctica y funcional, enfocada en narrar los hechos de la supervivencia de Crusoe con un tono que imita los informes de navegación de la época. No hay adornos poéticos ni digresiones estilísticas; el lenguaje sirve para transmitir la experiencia y una moral utilitaria (el hombre enfrentado a la naturaleza y a sí mismo). Este enfoque lo alinea con el conceptismo: la agudeza está en la idea de autosuficiencia y en la estructura lógica de la historia, no en la belleza formal. Algunos críticos incluso han dicho que Defoe escribe más como un "cronista" que como un literato, lo que refuerza la idea de una novela que evita las pretensiones culteranas.

George Orwell

Orwell es un caso fascinante porque su escritura tiene un propósito casi militantemente claro: exponer verdades políticas y sociales. En 1984 (1949), su estilo es directo, seco y sin florituras, diseñado para que el lector se concentre en el horror del totalitarismo y la manipulación del lenguaje. Incluso en Rebelión en la granja (1945), usa una simplicidad casi fabulística para destilar una crítica compleja al estalinismo. Su ensayo Política y la lengua inglesa revela su filosofía: aboga por una prosa "como una ventana transparente", libre de adornos innecesarios. Esto es puro conceptismo: la fuerza está en la idea y en la precisión, no en el embellecimiento literario. Orwell no busca deleitar con el estilo, sino golpear con el concepto.

Ernest Hemingway

Hemingway lleva el conceptismo a un nivel moderno con su famoso "principio del iceberg": lo que importa está bajo la superficie, y la prosa debe ser lo más limpia posible para dejar que el lector lo descubra. En El viejo y el mar (1952), por ejemplo, las oraciones son cortas, los diálogos escasos y las descripciones mínimas, pero cada palabra está cargada de significado. No hay espacio para el culteranismo de frases rebuscadas o metáforas ostentosas; la historia del viejo Santiago es un ejercicio de economía expresiva que transmite dignidad y resistencia. Hemingway dijo una vez: "Escribo una frase sencilla y luego quito todo lo que no es necesario". Esa austeridad lo hace un heredero del espíritu conceptista, donde el ingenio y la esencia priman sobre la forma.

Estos tres autores escriben novelas que, aunque hoy se consideran literatura en un sentido amplio, no se regodean en el arte por el arte. Su enfoque es más pragmático y conceptual: Defoe narra para enseñar y entretener, Orwell para advertir y criticar, Hemingway para destilar emociones humanas con precisión. Si "hacer literatura" implica un énfasis culterano en la estética, ellos se apartan de eso y se acercan a una escritura que podría verse como "no literaria" en ese sentido específico, más alineada con la claridad y la utilidad del conceptismo.

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