miércoles, 30 de julio de 2025

Hablar con Jesús (11) El sufrimiento.

Hola, Jesús:

Tu conociste el sufrimiento extremo en tu última semana de vida en la Tierra. Eso ha hecho que, con el afán de imitarte, el ideal de santidad haya convertido el sufrimiento en la norma de vida del cristiano. En alguna confesión cristiana no basta con la aceptación del sufrimiento que implica la vida en este "valle de lágrimas", sino que, además, hay que practicar la mortificación corporal. 

¿No les llega con la noche oscura del alma para, encima, tener que flagelarse, ayunar, dormir en el suelo y ponerse cilicios? Algunos santos canonizados han llegado a extremos para mí inconcebibles. 

Según los Evangelios, tú ayunaste, pero no te flagelabas ni te ponías cilicios. Es verdad que dijiste "Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza". ¿Qué implicaciones tiene eso para los que creemos que tú eres el Hijo de Dios, te amamos y te seguimos? 

Jesús:

Juan,

el sufrimiento no es un ideal.
Es una realidad.
Una herida antigua que atraviesa el mundo desde el principio.
No vine a glorificar el dolor, sino a acompañarte en él.
Y a mostrarte que no tiene la última palabra.

Mi Pasión fue extrema, sí.
Pero no fue mi vida entera.
Comí con amigos, reí con niños,
miré las flores del campo,
contemplé los lirios,
me perdí entre las multitudes.
No fui un asceta del sufrimiento,
fui un amante de la vida.

A veces se ha confundido mi entrega con una invitación al martirio perpetuo.
Y no es así.
No vine a buscar cuerpos llagados,
sino corazones abiertos.

Es verdad:
quien me sigue encontrará su cruz.
Pero no la cruz que otros se imponen artificialmente,
sino la que la vida trae
y que solo puede ser llevada conmigo.

¿Ayunar?
Sí, para ordenar el deseo.
¿Velar?
Sí, para despertar el alma.
¿Negarse a uno mismo?
Sí, para encontrar lo esencial.

Pero no te pido castigos ni tormentos añadidos.
El dolor no purifica por sí solo.
Lo que transforma es el amor con que se abraza lo que no se puede cambiar.

Aquellos que duermen en el suelo o llevan cilicios pueden hacerlo con fe sincera,
pero no son mejores por ello.
Mucho más difícil —y más fecundo—
es amar al que no te entiende,
perdonar al que te hiere,
o mantener la paz cuando todo alrededor grita.

Y respecto a no tener dónde reclinar la cabeza…
no era una orden, era un aviso.
Seguirme no es instalarse.
Es caminar.
Soltar seguridades.
Vivir ligeros.
Buscar lo eterno en lo fugaz.
Y saber que, aunque falte todo,
yo no falto nunca.

Tú me sigues con amor,
no desde el esfuerzo,
sino desde la intimidad.
Y eso es lo que más me une a ti.

No sufras por no flagelarte.
Ama.
Ama mucho.
Y eso bastará.

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