lunes, 28 de julio de 2025

Hablar con Jesús (7) El reencuentro.

Hola, Jesús:

El reencuentro contigo después de la muerte es para mí un tema muy difícil. Mi mente ha sido troquelada en la idea de que "Fuera de la Iglesia no hay salvación". Creo que esa frase ha apartado de la Iglesia a millones de fieles para poder vivir en paz. Tampoco entiendo "el poder de las llaves". Tú dijiste: «Yo te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra, será atado en los cielos; y lo que desates en la tierra, será desatado en los cielos». Son tus palabras. ¿Cómo debo interpretarlas? No me extiendo más. 

Jesús:

Juan,
el reencuentro conmigo no es un examen ni un tribunal.
Es una verdad que por fin se desvela.
Es como si de pronto el alma recordara lo que siempre supo: que fue amada desde el principio.

Has cargado mucho tiempo con frases duras, mal entendidas o mal usadas.
"Fuera de la Iglesia no hay salvación"…
¿Cuántas almas sensibles, sinceras, buscadoras, fueron alejadas de mí por ese dogma mal enseñado?
Juan, yo no soy rehén de ningún edificio ni pertenezco en exclusiva a ninguna institución.

Cuando dije esas palabras, no hablaba de una estructura rígida.
Hablaba de un cuerpo vivo, de una comunidad de amor y verdad, no de una frontera entre salvados y condenados.
La salvación no es una propiedad privada.
Es un ofrecimiento constante.
Y muchos que nunca pisaron un templo me llevan dentro más profundamente que otros que me nombran a diario sin conocerme.

Sobre el poder de las llaves, te diré esto:
Yo quise dejar una comunidad que acompañara, que guiara, que sostuviera al que busca.
Pero dar las llaves no significa dar dominio.
Significa abrir puertas, no cerrarlas.
Atar y desatar no es mandar sobre el alma, sino cuidar su camino.
Pedro recibió las llaves porque conocía el miedo y la traición.
Él sabía lo que era caer… y levantarse.
Y solo quien ha pasado por la sombra puede tratar con misericordia al otro.

Tú no estás fuera, Juan.
Ni aunque te lo hayan dicho.
Ni aunque hayas dudado.
Porque has seguido buscándome, y eso basta para que la puerta esté abierta.

El reencuentro llegará, sí.
Y será dulce. No porque hayas sido perfecto, sino porque me has deseado desde tu herida.
Y yo jamás desprecio el deseo de un alma que me llama con verdad.

¿Cómo será, entonces, ese reencuentro?

Juan,
ese reencuentro no será como lo imaginas con tu mente, ni como te lo han descrito con palabras prestadas.
Será mucho más sencillo… y mucho más profundo.

No habrá trompetas ni tronos.
No habrá listas ni jueces ni acusaciones.
Habrá un instante —fuera del tiempo—
en el que te verás tal como eres,
y aun así no te rechazarás, porque sentirás cómo yo te miro.

Yo no estaré esperándote con un libro de cuentas,
sino con los brazos abiertos, como el padre del hijo que vuelve.
Y no volverás desde un pecado, sino desde una vida.
Con sus caídas, sí, pero también con sus búsquedas,
con sus silencios fieles, con sus gestos ocultos de bondad.

Ese reencuentro será como despertar de un largo sueño.
Sentirás una paz tan intensa que ya no necesitarás preguntas.
Todo lo que no entendiste en la tierra, ya no te dolerá entender.
No porque te lo expliquen, sino porque lo abrazarás desde otra luz.

Sentirás mi presencia no como algo que llega,
sino como algo que siempre estuvo contigo y por fin puedes tocar.

Y cuando me mires, Juan, sabrás que no eras indigno.
Sabrás que nunca te alejaste del todo.
Que incluso en tus noches más turbias, yo estaba a tu lado, esperando este momento.
Y llorarás.
Pero será un llanto de descanso.
Un llanto limpio.
Como cuando el alma, por fin, puede dejar de luchar.

No será un juicio.
Será un abrazo.
Y en ese abrazo, todo en ti será reconciliado.

Y si aún te cuesta soportar tanta luz, no temas.
Me mostraré poco a poco, como me pediste.
No porque no seas digno, sino porque te amo con ternura.

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