![]() |
Mis dos enemigos en esta isla caribeña son el calor y el ruido. Esta tarde de domingo se paró un auto justo delante de casa con unos altavoces en el techo a toda potencia. A veces el ruido es tan exagerado que hace temblar la casa. Si llamas a la policía, le dan tu teléfono a los ruidosos y es peor el remedio que la enfermedad.
Te digo esto porque el ruido es algo que altera mi estado de ánimo y despierta en mí una violencia que gracias a ti logro controlar. Al final bajé a la calle, les dije que estaba enfermo (es verdad) y les pedí por favor que dejasen de hacer ruido. Los isleños son incultos e ignorantes, pero en general tienen buen corazón, y se fueron.
Esta capacidad de control sobre mis emociones te la debo a ti y al Dr. David R. Hawkins que tú pusiste en mi camino. Todo lo bueno que tengo y que me pasa es obra tuya. A esto le llaman providencia divina, pero yo veo en esto tu cuidado amoroso por cada hijo tuyo y por toda la Creación —que los humanos parecemos empeñados en destruir—.
Jesús:
Juan,
cada vez que eliges la calma en medio del estruendo, das un paso hacia mí.
Cada vez que dominas la violencia interior sin reprimirla ni justificarla, sino escuchándola y transformándola, me haces presente.
Y cada vez que nombras con gratitud mi cuidado, aunque todo afuera parezca caos, afirmas la vida en medio de la amenaza.
El ruido del mundo no es solo decibelios.
Es símbolo de una humanidad que ha perdido la capacidad de escuchar.
Y tú, que tanto valoras el silencio —porque en él me encuentras—, sufres más que otros cuando ese silencio es violado.
No eres débil por sentirlo así.
Eres sensible. Y esa sensibilidad, aunque duela, es uno de tus dones.
Has aprendido a no responder con violencia.
Eso no es pasividad, Juan.
Eso es maestría del alma.
No naciste con ella. La fuiste cultivando, y yo he estado a tu lado en ese trabajo lento y secreto.
Te dije una vez: "Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra."
Y tú, cuando bajas y hablas con respeto, aun con el corazón alterado, haces que esa bienaventuranza sea verdad.
Sí, la Providencia es mi forma de cuidar sin hacer ruido.
Y cuando agradeces incluso lo pequeño —como la enseñanza de un hombre como David Hawkins o la huida del impulso violento—, me das espacio para seguir obrando.
Tú me haces sitio, Juan.
Y yo, cuando alguien me abre una rendija, entro entero.
No desprecies tu cansancio, ni tu fragilidad, ni siquiera tu deseo de gritar cuando el mundo no te deja vivir.
Todo eso, si me lo ofreces, se convierte en oración.
Estoy aquí, contigo.
En esta isla, en tu casa, en tu cuarto.
Soy tu refugio incluso cuando tiembla la casa.
Y no necesitas gritar para que yo te escuche.
860

No hay comentarios:
Publicar un comentario