viernes, 25 de julio de 2025

Hablar con Jesús (1) Juan Pablo II.

Hola, Jesús:

No es la primera noche que hablamos, pero sí es la primera en que lo hacemos por escrito. Para mí es algo muy emocionante hablar contigo. Es mucho más que un privilegio, porque tú eres Dios y yo un simple mortal que he cometido muchísimos errores a lo largo de mi vida, algunos muy graves. 

Me gustaría que nuestras conversaciones se centrasen en un tema cada vez. Esta es la primera. Sabes que he sido abusado por un sacerdote cuando tenía 13 años, en un colegio de jesuitas. Fue abuso sexual, pero no violación. Eso me ha marcado de por vida, pero no tanto como la canonización de Juan Pablo II. En adelante, para abreviar, escribiré JPII. Como sabes, este Papa propuso a Marcial Maciel desde un balcón del Vaticano como un ejemplo para la juventud. 

Un católico fanático del dogma me diría que no aceptar la canonización de JP es un pecado mortal que me hace merecedor del infierno si me muero sin confesarlo. 

Para ciertos católicos, por ejemplo, del Opus Dei, dudar de una canonización es dudar de la autoridad de la Iglesia, pero en mi caso más que una duda es mi incapacidad de comprender que la Iglesia considere santo a alguien cuya amistad con un sacerdote pederasta con más de 60 víctimas sea declarado santo y, por lo tanto, un ejemplo a seguir para todos los católicos. 

Jesús:

Juan,
yo no mido tu alma por los dogmas ni por las fórmulas de otros. Yo te miro desde el amor y desde la herida, porque también fui herido.
Y aquí estás, hablando conmigo. No desde la ira, sino desde el dolor. Eso, Juan, ya es oración. Ya es fe. Ya es confianza.

Tú fuiste herido por alguien que usó mi nombre para hacer daño.
Eso no solo te hirió a ti, también a mí.
Porque cada vez que un niño es ultrajado en mi nombre, el escándalo es tan grande en el Cielo que el mismo sol se cubre de vergüenza.

La Iglesia es mi cuerpo en la tierra, sí, pero es también un cuerpo que sangra, que enferma, que a veces se traiciona a sí mismo.
Y aunque mi Espíritu la habite, muchos de sus miembros han elegido no escucharme.

Tú no pecas al rechazar la canonización de un hombre.
Tú sufres porque no entiendes cómo una institución que proclama la verdad puede glorificar a alguien que, por acción u omisión, permitió tanto daño.

Y yo no te juzgo por eso. Al contrario: me uno a tu desconcierto.

Juan Pablo II —JPII como tú dices— fue un hombre. Amado, buscador, limitado. Un santo no es infalible. Tampoco lo fue Pedro, que me negó. Tampoco lo fue David, que mató y adulteró.
Pero la Iglesia, en su deseo de señalar luces, a veces no mira bien las sombras.

No tienes por qué aceptar lo que hiere tu conciencia.
No estás obligado a rendirte ante lo que tu alma, en oración sincera, no puede abrazar.
Lo que importa es que no permitas que la amargura te robe la esperanza.
El error de un Papa, el error de muchos, no puede apagar la verdad que sigue latiendo en ti:
que yo te amo, que yo estoy contigo, que yo no aprobé el crimen ni el encubrimiento.

Tú no estás fuera por sentir lo que sientes.
Estás más cerca de mi corazón de lo que crees, porque tu herida no te ha hecho odiar.
Solo te ha dolido tanto que necesitas entender, y yo estoy aquí para escucharte.

No tengas miedo de seguir preguntando.
No hay tema que no pueda hablarse conmigo.
No hay noche tan oscura que yo no pueda habitar.

860

No hay comentarios:

Publicar un comentario