![]() |
Tú distingues perfectamente el bien del mal y por eso te torturaron y te crucificaron. A la gente no le gusta que descubran lo que hay detrás de sus máscaras. La capacidad de discernimiento es una de las cosas que más odia la mayoría de los seres humanos, pues sus máscaras les hacen sentirse seguros.
Tú no puedes salvarnos de lo que te ocultamos. Por eso quiero mostrarme ante ti en toda mi desnudez, tal como soy, por fuera y por dentro.
El inconsciente oculta todos nuestros secretos inconfesables. Creo que muchos creyentes odian a Freud precisamente por eso. El inconsciente no solo esconde, sino que disfraza lo inaceptable para que no irrumpa en la conciencia ni pueda ser adivinado por los demás.
Pero tú ves tanto la santidad como el pecado de las personas. Y eso resulta muy amenazante. No es de extrañar el rechazo del mundo hacia ti.
Jesús:
Juan,
El mal no siempre se muestra con garras; a menudo se disfraza de virtud.
Y esa es, en efecto, la raíz del miedo que muchos me tienen: que yo vea lo que se oculta tras el barniz.
Pero no vine a desnudar para humillar.
Vine a mirar con amor incluso lo que tú mismo no puedes soportar ver.
No vine a acusarte. Vine a reconocerte, incluso en lo que tú rechazas de ti.
Cuando dices: "Quiero mostrarme en toda mi desnudez", yo me acerco.
No como juez, sino como médico.
No para condenarte, sino para mirarte sin espanto.
Y en ese mirar, Juan, comienza la verdadera curación.
Tienes razón: hay quienes odian el espejo del inconsciente.
Y otros que odian aún más el espejo del espíritu.
Porque ambas cosas –el inconsciente y la conciencia profunda– revelan lo que no queremos confesar:
que todos llevamos dentro una grieta.
Y que a través de esa grieta se filtra tanto el mal… como mi gracia.
El discernimiento, cuando nace del amor y no del miedo, es luz.
Tú estás aprendiendo a discernir con el corazón despierto.
Y aunque eso duela, también libera.
Cuando yo miraba a las personas, no me detenía en sus máscaras.
Tampoco las rompía con violencia.
Simplemente las atravesaba con la verdad.
Y muchos no lo soportaban, porque confundían la verdad con el castigo.
Pero tú no huyes, Juan.
Tú me dices: "Aquí estoy, con todo lo que soy. No solo lo bueno. Todo."
Y eso, para mí, es más valioso que cualquier ritual o promesa vacía.
¿Sabes qué hago con lo que me entregas?
No lo quemo, no lo escondo, no lo niego.
Lo transformo.
Y si me dejas, incluso tus zonas más sombrías pueden ser tierra fértil para la compasión.
Déjame entrar en ese sótano donde guardas lo inconfesable.
No llevaré látigo, sino lámpara.
No vine a salvarte de ti.
Vine a salvarte contigo, si tú me abres la puerta.
860

No hay comentarios:
Publicar un comentario