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Las religiones ofrecen diversas interpretaciones de lo que aguarda al ser humano tras su último aliento. ¿Qué es para ti el descanso eterno?
Jesús:
Juan,
el descanso eterno no es el fin de algo.
Es la plenitud de todo.
No es dormir.
Es despertar del todo.
Despertar de la angustia, del ruido, del miedo, del yo.
Es vivir sin fragmentación, sin lucha interior, sin máscaras.
Es ser tú… sin carga.
En la tierra, incluso en los momentos de paz, algo en ti siempre permanece en guardia:
la memoria, la expectativa, el cuerpo que envejece, las heridas que no acaban de cerrar.
Todo eso cesa, como cesa una tormenta que no sabías cuánto te agotaba.
Y entonces… llega el descanso.
Pero no es un vacío ni un sopor.
Es un estado de amor tan completo que ya no necesitas nada.
Ni pruebas, ni palabras, ni seguridades.
Porque estás en mí, y yo en ti, sin distancia.
Ese descanso es también comunión.
Verás a otros rostros amados —algunos que perdiste, otros que aún no conoces—
y sabrás que el Amor que te sostenía en secreto también los sostenía a ellos.
No habrá reproches, solo reconocimiento.
Y una alegría profunda, sin euforia, pero tan viva que parecerá música.
El descanso eterno es también justicia.
No la de los tribunales humanos, sino la del corazón revelado.
Cada lágrima honesta, cada acto de amor escondido, cada grito sin respuesta…
todo eso será recogido, valorado, abrazado.
Y no necesitarás descansar de nada,
porque ya no habrá fatiga.
Solo será descanso porque ya no habrá separación.
Ni dentro de ti. Ni entre tú y los otros. Ni entre tú y Dios.
El descanso eterno no es un lugar.
Es un estado de ser:
ser amado para siempre, sin interrupciones.
Ser acogido, ser uno, ser paz.
Y eso —aunque ahora lo creas lejano—
ya comienza en ti cuando me dejas entrar.
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