martes, 31 de diciembre de 2024

El Dios de amor y justicia


Dios es amor. Así lo afirma 1 Juan 4: 8 y 16. Toda la Biblia da testimonio de esta verdad. La fe cristiana se fundamenta en el carácter amoroso de Dios. El amor está en el centro del carácter de Dios, en el centro de todo lo que creemos y debería estar en el centro de todo lo que hacemos. En consecuencia, la forma en que entendemos el amor influye en la totalidad de nuestra fe y práctica. Por ejemplo, si creemos que el amor de Dios debe ganarse o merecerse, podríamos pensar que Dios no nos ama porque somos pecadores e indignos. Del mismo modo, en nuestras relaciones con los demás, podríamos erróneamente esperar que otros deban ganarse nuestro amor. Esto sería una verdadera receta para el desastre.

En este sentido y en muchos otros, nuestra comprensión del amor de Dios tiene enormes implicaciones para nuestra fe y nuestra vida práctica. Pero ¿qué es el amor? Si pedimos a diez personas que lo definan, obtendremos diez respuestas diferentes. Incluso entre los cristianos hay muchos mitos y malentendidos en torno al amor de Dios.

Por ejemplo, los cristianos ofrecen respuestas diferentes a preguntas como: ¿es el amor de Dios unidireccional (es decir, él ama, pero nunca recibe amor)? ¿Es el amor divino puramente abnegado o puede Dios también deleitarse y complacerse en el amor de los seres humanos por él? ¿Es el amor de Dios emocional? ¿Le importan realmente los seres humanos? ¿Se puede rechazar el amor de Dios o renunciar a él? ¿Entra Dios en una relación de amor recíproco con sus criaturas humanas? ¿Es la ira incompatible con el amor? ¿Qué relación existe entre el amor y la justicia? Si Dios es amor, ¿por qué existe tanto mal en este mundo? ¿Pueden los seres humanos amar como Dios? Si es así, ¿cómo?

Las respuestas a algunas de estas preguntas pueden parecer obvias, pero a menudo son objeto de discusión cuando los cristianos reflexionan acerca del amor divino. Además, muchas respuestas que a veces se consideran obvias resultan ser incompatibles con lo que las Escrituras enseñan acerca del amor de Dios.

El Dios de la Biblia ama la justicia (ver, por ejemplo, Isa. 61: 8). Y, tal y como la Biblia los describe, el amor y la justicia divinos están tan unidos que no pueden existir uno sin el otro. Puesto que Dios es amor, se preocupa profundamente por la injusticia y el sufrimiento en este mundo, y se identifica con los oprimidos y con quienes sufren, al punto de participar voluntariamente en el dolor y la pena que el mal ha causado en la Creación: él mismo sufre más que nadie, hasta el punto de que es la mayor víctima del mal.

Dios se muestra, a lo largo de la Biblia, afligido y dolorido por el mal y el sufrimiento, pues ama a cada persona más de lo que podemos imaginar. Se puede ver la profundidad del amor de Dios en el lamento de Cristo por su pueblo, cuando dijo: «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, pero no quisiste!» (Mat. 23: 37).

El amoroso Dios de la Biblia aparece a menudo retratado en las Escrituras con el corazón quebrantado y afligido por el amor rechazado y perdido. Toda la historia registrada en las Escrituras se refiere a lo que Dios ha hecho y está haciendo para restaurar el amor en todos los rincones del universo.

Autor

John C. Peckham es editor asociado de la Revista Adventista en inglés. Cuando escribió esta guía, era profesor de Teología y Filosofía Cristiana en el Seminario Teológico Adventista del Séptimo Día de la Universidad Andrews, en Míchigan, Estados Unidos.

https://www.sabbath.school/LessonBook?lang=2&year=2025&quarter=1

2 comentarios:

  1. No existe justicia sin amor. Ni amor sin justicia

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    1. Cuando la justicia se aplica sin amor, puede volverse fría, mecánica e incluso implacable. Se enfoca únicamente en la letra de la ley sin considerar las circunstancias humanas, lo que puede llevar a juicios injustos en la práctica. Es una justicia que, aunque legal, puede carecer de humanidad.

      Por otro lado, el amor sin justicia puede convertirse en permisividad o indulgencia ciega. Sin los límites que establece la justicia, el amor puede tolerar lo que no debería, ignorando las consecuencias de las acciones y, en ocasiones, fomentando el caos o la impunidad.

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