Antes de su conversión al cristianismo, Agustín llevó una vida marcada por la búsqueda del placer y la satisfacción de los deseos carnales. Esta experiencia personal influyó notablemente en su posterior reflexión sobre la sexualidad, llevándolo a verla como una fuente de pecado y esclavitud.
Una de las ideas más destacadas de Agustín sobre la sexualidad es su asociación con el pecado original y la concupiscencia. Para él, el deseo sexual es una fuerza poderosa que puede llevar al hombre a apartarse de Dios y a caer en la tentación.
En Romanos 5 Pablo aborda el tema del pecado. En el versículo 12 señala: «Por tanto… el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron». Más adelante, en ese mismo capítulo, Pablo yuxtapone el pecado de Adán con la justicia de Cristo: ««Porque así como por la desobediencia de un hombre muchos fueron hechos pecadores, así también por la obediencia de uno, muchos serán hechos justos» (Romanos 5:19).
A partir de su lectura de este texto de Pablo, Agustín concluyó que el pecado se transmitía biológicamente de Adán a todos sus descendientes a través del acto sexual, con lo que igualó el deseo sexual con el pecado.
Dada su comprensión del pecado original y la importancia del bautismo, Agustín sostenía que los bebés que morían sin recibir este sacramento no podían entrar en el Reino de los Cielos. Su destino, según su visión, era un estado de sufrimiento, aunque no necesariamente el mismo que el de los adultos condenados.
Es claro que el concepto dualista y neoplatónico de Agustín respecto a lo físico como algo malo y lo espiritual como algo bueno no coincide con el punto de vista de Pablo. La lectura incorrecta y la mala interpretación de Agustín respecto al pecado, basadas en el análisis de las Escrituras a través del prisma del dualismo, son aceptadas como dogma por la mayoría de los teólogos cristianos contemporáneos. La doctrina del pecado original se debe más al deseo de Agustín de emular a los filósofos que a la Escrituras.
El matrimonio como sacramento y el celibato como ideal
A pesar de esta visión negativa de la sexualidad, Agustín no condenó el matrimonio. Lo consideraba un sacramento instituido por Dios y un estado de vida válido para aquellos que no podían vivir en celibato. Sin embargo, siempre enfatizó que el fin principal del matrimonio era la procreación y la educación de los hijos.
Para Agustín, la vida consagrada al celibato era el ideal más elevado. Los clérigos y los monjes, al renunciar al matrimonio y a la vida sexual, se acercaban más a Dios y a la perfección espiritual.
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