miércoles, 26 de noviembre de 2025

El fracaso de la monarquía en España

Felipe VI, el rey cobarde

El fracaso de la monarquía en España se debe a una erosión lenta, acumulada durante décadas, que ha desembocado en una institución incapaz de cumplir las funciones para las que, en teoría, fue restaurada. 

Ni en la etapa final de Juan Carlos I ni en el reinado de Felipe VI la Corona ha logrado consolidarse como un referente moral, político o simbólico. Lo que antes se percibía como un pilar de estabilidad se ha convertido en un mecanismo ceremonial cuya autoridad se desvanece.

La crisis comenzó mucho antes de que los escándalos privados del rey Juan Carlos I salieran a la luz. Durante años se sostuvo una imagen pública que, una vez derrumbada, reveló la fragilidad de una institución demasiado dependiente de la apariencia. 

La caída del monarca no solo dañó la figura del antiguo jefe del Estado; abrió la puerta a un cuestionamiento más profundo: si la legitimidad del rey se basa en el ejemplo, ¿qué ocurre cuando ese ejemplo desaparece?

Felipe VI heredó la corona con la promesa de renovación. Sin embargo, su reinado ha estado marcado por un dilema imposible: ejercer un papel moderador sin molestar a nadie, mantener neutralidad sin renunciar del todo a una identidad nacional, y cumplir funciones simbólicas sin que el símbolo signifique demasiado. El resultado ha sido un rey correcto, pero sin peso político real; respetuoso, pero irrelevante; presente, pero intrascendente.

El episodio de la amnistía de 2024 acentuó esta percepción. La firma —inevitable dentro del marco constitucional, pero políticamente tóxica— se interpretó como una claudicación. El país vivió ese gesto no como un acto administrativo, sino como el signo de que la Corona ya no representa un freno ni un contrapunto, sino simplemente un sello automático que valida decisiones ajenas, incluso aquellas que ponen en cuestión la unidad que supuestamente debe custodiar.

Todo ello ha conducido a un desencanto profundo. La monarquía aparece hoy como una institución sin proyecto, sin relato y sin voz propia. Su misión se ha reducido a una serie de deberes protocolares, desconectados de la vida real del país y de las tensiones que lo atraviesan. 

La pregunta no es ya si España es monárquica o republicana, sino si puede sostener indefinidamente una institución que ha perdido su significado. La Corona sobrevive, pero cada vez con menos convicción, como una pieza heredada que nadie se atreve a mover y que, sin embargo, ya no cumple la función que justificó su existencia. El fracaso de la monarquía no es un accidente ni una conspiración: es el desgaste natural de una forma de autoridad que ha dejado de ser creíble. 

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