sábado, 13 de diciembre de 2025

Ancianos que delinquen para sobrevivir en las cárceles de Japón

Ancianos japoneses en prisión

Japón, uno de los países más longevos del mundo, enfrenta un fenómeno social tan silencioso como inquietante: miles de ancianos cometen delitos menores de forma deliberada para ingresar en prisión. No lo hacen por rebeldía ni por afán criminal, sino por pura supervivencia.

Cada año, alrededor de 5.000 jubilados son detenidos por pequeños robos, en su mayoría hurtos de alimentos o artículos de escaso valor. El objetivo es claro: asegurarse comida diaria, un techo, atención médica y compañía, servicios que muchos no logran obtener en libertad.

La cárcel como último refugio

Para un número creciente de ancianos japoneses, la prisión se ha convertido en una especie de asilo involuntario. Dentro de las cárceles encuentran tres comidas al día, asistencia sanitaria gratuita y una rutina estable. Afuera, en cambio, los espera la soledad, una pensión insuficiente y la ausencia de redes familiares o comunitarias.

Funcionarios penitenciarios reconocen que algunos internos de edad avanzada reinciden deliberadamente tras ser liberados, incapaces de afrontar la vida fuera del sistema carcelario. En entrevistas recogidas por medios internacionales, varios reclusos han admitido que preferirían permanecer presos incluso pagando por ello.

Mujeres ancianas y hurtos menores

El fenómeno afecta especialmente a las mujeres mayores. Más del 80 % de las ancianas encarceladas lo están por delitos de hurto. Muchas viven solas, carecen de ahorros y no tienen familiares que puedan o quieran hacerse cargo de ellas.

El problema no es únicamente económico. La soledad extrema juega un papel determinante. Japón registra desde hace años el fenómeno del kodokushi, las llamadas “muertes solitarias”, personas que fallecen en sus hogares sin que nadie lo note durante días o semanas.

Un país que envejece sin red asistencial suficiente

Japón tiene más del 28 % de su población por encima de los 65 años. Aunque cuenta con un sistema de bienestar desarrollado, no todos los mayores logran acceder a él. Los requisitos administrativos, la falta de información o la vergüenza social empujan a muchos a quedar fuera de las ayudas.

En este contexto, la cárcel aparece para algunos como una solución extrema pero eficaz: un lugar donde no se pasa hambre, no se duerme en la calle y alguien pregunta cada día si siguen vivos.

Un desafío para el Estado

Las autoridades japonesas reconocen el problema y han comenzado a reforzar programas de apoyo tras la excarcelación, así como servicios comunitarios para ancianos en riesgo. Sin embargo, los expertos advierten de que el sistema penitenciario no puede sustituir a una red social y asistencial sólida.

El aumento de ancianos presos no es solo una cuestión penal. Es el síntoma de un país que envejece rápidamente y que aún no ha encontrado la forma de garantizar una vejez digna para todos. En Japón, para algunos, entrar en prisión se ha convertido en la última estrategia para seguir viviendo.

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