La actitud china hacia el silencio tiene profundas raíces en el confucianismo y el taoísmo, filosofías que abogan por la moderación en el habla y el valor de la comprensión silenciosa. El proverbio tradicional "El silencio es oro" (沉默是金) subraya la creencia de que a menudo es mejor permanecer callado para no incriminar a nadie o para mantener la calma.
Confucio
El tiempo y las palabras son recursos que no se desperdician. Hablar de más o hacer perder el tiempo a otros no es solo una descortesía: es una señal de desorden interior. Por eso, la comunicación suele ser directa, precisa y enfocada en la acción. Si una frase puede decirse en cinco segundos, ¿por qué alargarla a treinta?
Lo curioso es que esa economía verbal no está reñida con la cortesía. Al contrario: el respeto se demuestra siendo claro, evitando rodeos innecesarios y permitiendo que el otro continúe con su vida. En Occidente solemos pensar que la cordialidad se expresa con explicaciones largas, matices y detalles. En China, la cordialidad se muestra no invadiendo al otro con exceso de discurso.
También sorprende la manera en que gestionan los silencios. No son incómodos, no son grietas que haya que rellenar, sino espacios naturales donde cada uno piensa lo que tiene que pensar. Habituados como estamos al ruido constante —ruido social, ruido argumental, ruido emocional—, su relación con la pausa resulta casi medicinal.
Otro rasgo revelador es cómo entienden el compromiso. Allí, una palabra dada vale más que cualquier contrato: si alguien accede a hacer algo, lo hará, y suele hacerlo rápido. No por prisa, sino por disciplina: lo prometido se cumple, porque la identidad está ligada al comportamiento, no a las intenciones. Donde nosotros solemos justificarnos, ellos ejecutan.
Nada de esto significa que no tengan sutilezas o matices. Los tienen, y muchos. Pero están envueltos en un código de sobriedad que evita el exhibicionismo verbal. A veces, detrás de un “sí” breve se esconden capas profundas de respeto, cautela o estrategia. Es el interlocutor quien debe afinar su sensibilidad.
A un occidental, la primera impresión de esta forma de comunicarse puede parecer fría. Pero al observarla con atención, se descubre otra cosa: una cortesía sin retórica; una amabilidad contenida, pero real; una relación con el tiempo que pone a cada uno frente a su propia disipación.
En el fondo, esa economía del habla revela una convicción: la palabra es valiosa porque no se gasta a la ligera. Quizá ahí esté la enseñanza más inesperada para nosotros: aprender que hablar menos no es decir menos, sino abrir espacio a lo que importa.
jueves, 11 de diciembre de 2025
La economía verbal en la cultura china
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