sábado, 22 de noviembre de 2025

El feminismo satánico: una rebelión que no siempre libera

Feminismo satánico, de Per Faxneld

En los últimos años, ciertos sectores del satanismo español han reivindicado una lectura feminista de la figura de Satán, inspirada en lo que el historiador Per Faxneld denomina "feminismo satánico". La idea es seductora: tomar al adversario por excelencia —el gran rebelde— como símbolo de la emancipación femenina frente a siglos de moral patriarcal.
Pero el problema no es la rebeldía.
El problema es lo que se esconde detrás de ciertas rebeldías.

Satán como metáfora… y como error estratégico

Faxneld lo describió con precisión: muchas autoras y pensadores del siglo XIX utilizaron a Satán como símbolo literario de insumisión. Satán era el que se negó a inclinar la cabeza ante la autoridad absoluta. Ese gesto de desobediencia se transformó en metáfora de la mujer que rompe con la obediencia cristiana y con la culpa heredada.

Pero convertir esa metáfora en identidad política contemporánea implica un riesgo:
se funda la liberación en un personaje cuya función es ser adversario.
Y vivir en la adversidad permanente tiene un coste psicológico enorme.

La estética de la sombra

Uno de los problemas menos discutidos del feminismo satánico en España es su dependencia de una estética oscura, confrontativa, casi nihilista. Aunque los grupos insisten en que no adoran al diablo —y es cierto— el imaginario que emplean no es inocente.

El negro, la transgresión ritual, la inversión de símbolos religiosos, la retórica de la ruptura total: todo eso no solo atrae, también enraíza.
Esa estética puede parecer empoderadora a primera vista, pero con el tiempo tiende a:

• normalizar el abismo emocional,
• fomentar un sentido de identidad basado en la oposición,
• glorificar la herida en lugar de curarla,
• debilitar los vínculos comunitarios,
• o reforzar un individualismo que deja a muchos más solos de lo que admiten.

La oscuridad seduce, pero no sostiene.

El malestar que busca refugio en símbolos extremos

El feminismo satánico no seduce a quienes viven en paz, sino a quienes ya vienen heridos: mujeres jóvenes que han sufrido violencia, humillación, falta de escucha, o la presión religiosa que aún subsiste en muchos entornos españoles.
Y esos dolores necesitan espacios de refugio verdaderos, no identidades hechas de protesta permanente.

Cuando una persona construye su fuerza sobre la inversión del mal, a menudo termina atrapada en el mismo lenguaje que quería dejar atrás.
El daño no aparece de inmediato: llega cuando la adrenalina se agota, cuando la noche se hace larga, cuando la identidad rebelde ya no basta para explicar la propia fragilidad.

El espejismo de la autonomía absoluta

Otro punto crítico: algunos discursos del feminismo satánico defienden una autonomía total del cuerpo y de la voluntad. Es comprensible: la mujer ha sido históricamente desposeída de ambas. Pero la autonomía total —como ideal absoluto— tiene un reverso: deja a la persona sin umbrales, sin comunidad, sin sostén.

El lema "yo soy mi única ley" parece liberador, pero con frecuencia deriva en:

• soledades difíciles de gobernar,
• rupturas afectivas crónicas,
• incapacidad para pedir ayuda,
• rechazo de toda forma de vulnerabilidad.

Es un empoderamiento que brilla por fuera, pero se rompe por dentro.

La paradoja que Faxneld señala: vivir en oposición es seguir esclavizado

Faxneld es crítico incluso con aquello que estudia:
la emancipación basada en la inversión del mito acaba viviendo atada al mito.
Quien funda su identidad en la oposición al cristianismo patriarcal no se libera de él: sigue orbitando a su alrededor, aunque sea para negarlo.

Y una identidad que depende de su enemigo no es una identidad libre: es reactiva, frágil, incompleta.

La liberación verdadera no necesita sombras

El feminismo satánico puede ser útil como provocación literaria, como análisis histórico o como gesto cultural de protesta.
Pero como vía de transformación humana tiene límites severos.

Las heridas reales de las mujeres no se curan con símbolos invertidos ni con estéticas oscuras.
El dolor exige luz, no solo confrontación.
El alma —aunque no se crea en ella— exige quietud, no solo grito.
La libertad exige raíces, no solo ruptura.

Es legítimo rebelarse contra un sistema que oprimió durante siglos.
Pero la rebelión no puede convertirse en hogar.
Y Satán, incluso simbólico, nunca fue un lugar donde vivir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario