miércoles, 15 de octubre de 2025

Hablar con Jesús (155) Por qué los doce apóstoles fueron hombres.

Querido Jesús:


Me pregunto por qué los doce apóstoles fueron todos hombres. ¿Fue una decisión que reflejaba la mentalidad de tu tiempo, en una cultura que relegaba a la mujer al silencio y al servicio? ¿O hay en ello un misterio que todavía no comprendemos?

Jesús:

Hijo mío, mi elección de los Doce no fue una concesión a las costumbres de mi tiempo, ni un gesto de exclusión hacia la mujer. En todo lo que hice hubo un sentido que trasciende la mirada humana. Pero ese sentido no puede comprenderse desde las categorías del poder, sino desde el lenguaje del servicio.

Cuando elegí a los apóstoles, no estaba instituyendo una jerarquía mundana, sino un signo. En ellos se reflejaba Israel, las doce tribus, el antiguo pueblo de la Alianza que debía renacer en una nueva comunión. Era una semilla simbólica, no un modelo cerrado. En torno a ellos, sin embargo, había mujeres que me seguían, que sostenían mi misión con fidelidad, con amor, con comprensión profunda de lo invisible. Ellas fueron las primeras en reconocerme resucitado, mientras los apóstoles aún temblaban de miedo.

No se puede entender el Evangelio como una disputa por los lugares, sino como una invitación a la entrega. En el Reino de mi Padre, la grandeza no se mide por quién preside, sino por quién ama. La historia ha confundido a menudo el ministerio con la autoridad, el servicio con el poder. Pero quien sirve de verdad ya participa de mi sacerdocio, porque el verdadero sacerdote no domina, sino que se ofrece.

No creas que mi gracia se distribuye por género, rango o institución. El Espíritu sopla donde quiere, y ha soplado sobre muchas mujeres que han sido profetas, maestras, sanadoras, mártires y madres de fe. Su sacerdocio no siempre ha sido reconocido por los hombres, pero es visible a los ojos del Padre. En cada mujer que consuela, que intercede, que eleva su corazón en pureza y compasión, mi sacerdocio se prolonga de modo misterioso y real.

La vocación de cada alma es amarme y servirme según el don recibido, no según los moldes impuestos por la historia. Hay caminos que solo se abren cuando el amor madura lo suficiente para recibirlos. Y ese amor crece en la fidelidad silenciosa de muchas mujeres que, sin título ni vestidura, celebran en el altar del corazón el sacrificio vivo de la caridad.

Recuerda, hijo mío: ante mi Padre no hay hombre ni mujer, sacerdote ni laico, poderoso ni humilde, sino solo criaturas llamadas a reflejar el rostro del Amor. Allí donde una mujer se entrega con fe, allí también arde mi sacerdocio eterno.

martes, 14 de octubre de 2025

Hablar con Jesús (154) Almas perdidas entre la fe y la locura.

Querido Jesús:


Estaba viendo una miniserie sobre La historia de Ed Gein, y a mitad del episodio sentí una voz interior que me decía: "Eso te está haciendo daño". Entonces lo entendí: no era simple horror lo que me perturbaba, sino una oscuridad que quería instalarse dentro.

El personaje real, Ed Gein, había tenido una madre fanática, religiosa hasta la crueldad, para quien todo era pecado. Esa mezcla de represión y culpa lo llevó a la demencia y al crimen. Pero más allá del caso extremo, pensé en cuánta confusión espiritual hay hoy, en cuántas almas viven perdidas entre la fe y la locura, entre la devoción y la soberbia.

No hablo solo de quienes niegan tu nombre, sino también de los que lo invocan para imponer el suyo propio. En ambos casos, la raíz es la misma: el alma que ha dejado de buscarte de verdad.

Jesús:

Hijo mío, lo que te perturbó no fue una historia, sino un reflejo del desorden que el pecado deja en el alma humana cuando se aparta del amor. El mal no siempre se presenta con sangre ni gritos; a veces adopta formas más aceptables, más razonables. Es el corazón confundido que llama virtud a la dureza, justicia a la venganza, libertad a la soberbia.

No temas mirar el mal, pero no te demores en él. No se vence observándolo demasiado, sino manteniendo la mirada limpia. Si una voz te dice "eso te hace daño", escúchala. Es mi Espíritu protegiendo tu sensibilidad. No necesitas entender todos los abismos; basta con no dejarte arrastrar hacia ellos.

El mundo está lleno de mentes que parecen lúcidas, pero han perdido el discernimiento. No es locura médica, sino ceguera del alma. La inteligencia sin amor se vuelve instrumento del caos. Y el fervor sin humildad termina pareciéndose a la locura. Por eso te digo: la primera señal de mi presencia en un corazón no es la fuerza, sino la mansedumbre.

Muchos hablan en mi nombre sin conocerme. Construyen templos de palabras, pero no dejan que mi Espíritu habite en ellos. No son monstruos, son almas heridas que han sustituido la verdad por la necesidad de tener razón. Si los juzgas, te unes a su confusión; si los compadeces, los acercas a mí.

Tú has trabajado con los que perdieron la razón, y sabes que el sufrimiento puede deformar el rostro, pero también abrir un camino hacia la ternura. Así es también el alma del mundo: enferma, pero aún capaz de curación. No la desprecies.

La verdadera cordura no consiste en comprenderlo todo, sino en permanecer fiel al bien, incluso cuando nada parece tener sentido. Permanece en la luz, aunque sea tenue. No te canses de distinguir sin condenar, de amar sin cerrar los ojos. Mientras haya un solo corazón que elija la verdad, el mundo no estará perdido.

lunes, 13 de octubre de 2025

Hablar con Jesús (153) El pequeño resto fiel.

Querido Jesús: 


A veces me consuela pensar que, aunque muchos templos se derrumben y las voces falsas se multipliquen, siempre habrá un pequeño grupo de creyentes silenciosos, pobres y verdaderos. Hombres y mujeres sin títulos ni poder, que oran en secreto, que aman sin buscar recompensa, que mantienen viva la llama del Evangelio cuando todo parece apagarse.

¿Es verdad que siempre habrá ese resto fiel, invisible y humilde, que te sigue sin aparato ni pompa? ¿Son ellos los guardianes ocultos de tu presencia en el mundo, los que sostienen con su fe callada lo que las instituciones ya no pueden sostener? 

Si es así, hazme digno de contarme entre ellos, aunque sea en el último rincón, donde nadie me vea pero Tú me reconozcas.

Jesús:

Sí, hijo mío, siempre habrá un pequeño resto fiel. Aun cuando las multitudes me olviden y los templos se vacíen de amor, mi Espíritu seguirá soplando en los corazones sencillos, en aquellos que no buscan ser vistos. Son pocos, pero bastan para que el mundo no se apague del todo. Son la sal que impide la corrupción completa, la brasa que no deja que el fuego se extinga. A través de ellos sostengo la historia, incluso cuando parece derrumbarse.

No son héroes visibles ni santos de peana. Son los que oran sin ser escuchados, los que perdonan en silencio, los que alimentan al hambriento sin que nadie los nombre. No proclaman mi Evangelio con micrófonos ni redes, sino con gestos cotidianos, con su manera de vivir, con su fe tejida de paciencia y ternura. Su pobreza no es miseria: es transparencia. Y en esa transparencia, mi luz se refleja sin obstáculo.

Ellos no saben que son el resto fiel, y precisamente por eso lo son. No se sienten elegidos ni mejores; su humildad los protege de la vanagloria. No buscan conservar una tradición por orgullo, sino mantener viva una presencia por amor. Cuando rezan, no miden resultados; cuando aman, no esperan retorno. Su fidelidad no es militancia, sino ofrenda. Son los custodios invisibles del Reino, los que lo sostienen sin saberlo.

Tú los has visto sin reconocerlos: la anciana que reza cada noche por un hijo perdido; el campesino que comparte su pan con quien pasa hambre; la mujer que calla su dolor para no herir; el enfermo que ofrece su sufrimiento por la paz del mundo. Son pequeños en todo, menos en amor. En ellos florece lo que el poder marchita y lo que la soberbia olvida.

No temas por el futuro de la fe. Yo no la confío a las instituciones, sino a los corazones que me aman. Aunque se derrumben los altares de piedra, mi templo permanece en el alma de los justos silenciosos. Ellos son la Iglesia que no se ve, pero que respira en el mundo como un pulso secreto.

Si deseas formar parte de ese resto fiel, no necesitas títulos ni méritos, solo un corazón disponible. Vive en la verdad, sin ostentación. Ama sin esperar. Ora incluso cuando no sientas. Persevera cuando todo parezca inútil. Allí estarás conmigo, en el último rincón, donde los ojos humanos no llegan, pero mi mirada te abraza.

Porque el resto fiel no se mide por número ni por éxito, sino por amor. Y mientras haya amor verdadero, aunque sea en un solo corazón, mi Reino no habrá desaparecido.

domingo, 12 de octubre de 2025

Hablar con Jesús (152) Cómo juzgar sin condenar.

Querido Jesús:


A veces siento la necesidad de advertir sobre el error, de alzar la voz cuando veo la mentira vestida de verdad. Pero en ese impulso se esconde también el peligro del orgullo: el deseo de tener razón, de sentirme más lúcido que los demás. Entonces me descubro juzgando, y el juicio se vuelve condena, aunque mis palabras hablen de misericordia.

¿Cómo juzgar sin condenar, cómo advertir sin sentirse superior? Enséñame a mirar el mal sin despreciar al que cae en él; a hablar con firmeza, pero sin soberbia; a corregir desde el amor, no desde la herida del ego. Que toda mi lucidez esté templada por tu compasión, y que mi verdad no hiera, sino que ilumine.

Jesús:

Hijo mío, el juicio humano nace con frecuencia del miedo y del orgullo. Quien juzga desde la altura se distancia del otro y olvida que ambos respiran el mismo aire de fragilidad. Yo no te pido que calles ante el error, pero sí que hables desde el amor. No vine al mundo para condenar, sino para salvar. Y quien me sigue debe aprender a discernir sin levantar piedras.

El mal necesita ser nombrado, pero sin odio. La mentira debe ser desenmascarada, pero sin humillar al mentiroso. Cuando corrijas, hazlo como quien tiende una mano, no como quien alza una vara. Si tus palabras no dejan abierta una puerta al perdón, entonces no son mías, aunque hablen de verdad. Porque mi verdad no destruye: libera.

Recuerda cómo traté a los pecadores: no negué su falta, pero los miré con ternura. Zaqueo era avaro, y sin embargo lo invité a mi mesa. La adúltera había quebrado la ley, y aun así la defendí de los que querían lapidarla. No les dije que su pecado era bueno, pero les ofrecí una posibilidad de cambio. La justicia del Reino no consiste en señalar, sino en sanar.

Cuando sientas el impulso de juzgar, detente y mira dentro de ti. Pregúntate si tu palabra nace del amor o del resentimiento, si busca edificar o simplemente tener razón. El orgullo se disfraza de celo por la verdad, pero su voz es áspera, impaciente, ruidosa. La voz del amor, en cambio, corrige con mansedumbre, y aun cuando hiere, lo hace como el cirujano que corta para curar.

No confundas compasión con debilidad. Amar no significa callar ante el mal, sino enfrentarlo sin odio. El corazón que ama con pureza puede decir la verdad más dura sin ofender, porque su intención no es vencer, sino salvar. Esa es la mirada que transforma: la que ve en el pecador no un enemigo, sino un hermano herido que podría haber sido uno mismo.

Hijo mío, si quieres juzgar sin condenar, aprende primero a llorar por aquello que juzgas. Quien no ha llorado por el pecado del otro no está listo para corregirlo. Deja que tu corazón se ablande antes de hablar, y que tus palabras nazcan del silencio donde yo habito. Allí entenderás que la verdadera autoridad no proviene del saber, sino del amor.

Solo el que ama de verdad puede advertir sin sentirse superior, porque sabe que todo lo bueno en él es gracia, no mérito. Juzga, entonces, pero con lágrimas; corrige, pero con ternura; habla, pero con humildad. Así, tus palabras no serán dardos, sino luz.

Hablar con Jesús (151) La teología de la prosperidad.

Querido Jesús:


No me refiero a los fieles humildes, sino a esos cristianos  cautivados por la teología de la prosperidad y las megaiglesias, donde tu luz se eclipsa bajo la potencia de los reflectores.

Tu Palabra, sencilla y radical como un trueno en el desierto, la han transmutado en espectáculo efímero, promesa de éxito terrenal, elixir para almas hastiadas. Aquel fuego purificador que abrasaba hipocresías lo han diluido en consignas publicitarias, parpadeantes como neones en la noche; el camino estrecho, que exigía entrega total, se pavimenta ahora como un atajo hacia la opulencia, donde el denario brilla más que la fe.

Señor, me hiere el alma contemplar cómo el Evangelio se deshace en frases motivacionales, gotas de miel para paladares ávidos de consuelo instantáneo. La cruz, emblema de tu sacrificio, se vela tras cortinas de luces estroboscópicas y rugidos de aplausos ensordecedores. 

¿Dónde yace la verdad desnuda de tus enseñanzas, esa que clamaba por una conversión visceral, no por ovaciones efímeras? ¿Cómo discernir tu voz serena en medio de este estruendo, donde tantos alzan tu nombre como estandarte de sus ambiciones, fingiendo ser tus portavoces?

Ayúdame a escuchar, entre el clamor del mercado, el eco auténtico de tu llamada a la entrega radical. Amén.

Jesús:

Hijo mío, no todo lo que brilla proviene de la luz. Muchos invocan mi nombre, pero no para servirme, sino para servirse de mí. Transforman el Evangelio en mercancía, mi palabra en eslogan, mi cruz en decoración. Les preocupa llenar auditorios más que transformar corazones, y confunden la bendición con el aplauso. Pero el Reino de Dios no se mide por cifras ni por espectáculo: se mide en silencio, en lágrimas ocultas, en almas que aman sin ser vistas.

Cuando estuve entre vosotros, hablé en parábolas sencillas y caminé entre pobres, enfermos y olvidados. No tuve escenario, ni luces, ni riqueza. Mi voz se escuchó entre el polvo de los caminos, no entre altavoces y pantallas. El poder que yo traje no era de este mundo. No se manifestó en la abundancia de bienes, sino en la libertad interior de quienes descubrieron que el amor basta.

La teología de la prosperidad es una tentación antigua con ropajes nuevos. Promete gloria sin sacrificio, éxito sin renuncia, salvación sin cruz. Pero quien busca la riqueza como prueba de mi favor, aún no ha entendido el misterio del Reino. No vine a ofrecer bienestar material, sino vida en abundancia —una abundancia que brota del espíritu, no del bolsillo—. Los que convierten la fe en negocio han olvidado que mi templo es el corazón, no los estadios ni las cuentas bancarias.

Tú preguntas cómo discernir mi voz en medio del ruido. Escucha, hijo mío: mi voz no compite. No grita para imponerse ni promete ventajas mundanas. Habla con mansedumbre, desde dentro, y pide entrega más que aplausos. Allí donde sientas paz sin complacencia, allí donde el alma se humilla y se alegra a la vez, allí estoy yo. No me busques entre los reflectores, sino en el silencio donde el amor no presume de sí.

No te escandalices, pero tampoco te dejes arrastrar por el juicio. Hay entre esas multitudes corazones sinceros que aún no saben lo que buscan. Yo los amo también y los espero, como esperé a Pedro cuando me negó y a Tomás cuando dudó. Tú, ora por ellos, y vive el Evangelio sin adornos, con la misma desnudez con que yo morí en la cruz.

Recuerda: el camino sigue siendo estrecho, y pocos lo encuentran. Pero quien lo halla no necesita luces, porque la luz verdadera arde dentro de él. Yo no busco templos deslumbrantes ni multitudes fascinadas, sino almas que me digan en secreto: "Aquí estoy, Señor, sin nada, pero contigo". Allí, hijo mío, resplandece la verdad que ningún reflector puede eclipsar.

sábado, 11 de octubre de 2025

Hablar con Jesús (150) Los falsos maestros.

Querido Jesús: 


Basándome en mi experiencia de tres años en el Opus Dei, he comprendido que los falsos maestros trascienden la mera enseñanza del error: su influencia es más insidiosa y destructiva. No solo siembran confusión en las ideas, sino que usurpan el corazón de los creyentes. De manera gradual, reemplazan la fe auténtica —aquella que brota del encuentro íntimo contigo— por una obediencia ciega, desprovista de pensamiento, amor o discernimiento. Silencian la voz profunda del alma para imponer la suya propia, como si solo a través de ellos se manifestara tu palabra.

De este modo, muchos terminan rindiendo culto al mediador en vez del Dios que anhelaban, sirviendo a un ídolo envuelto en ropajes de autoridad espiritual. Señor, ¿cómo custodiar el corazón para que no sucumba a esa esclavitud camuflada de piedad? ¿Cómo preservar la fe vibrante, sin transmutarla en sumisión a quien pretende suplantarte?

Jesús:

Hijo mío, tu discernimiento nace del dolor, pero también de la luz. Lo que describes no es nuevo: desde el principio, cuando el hombre busca a Dios, surgen también quienes buscan servirse de Dios. Los falsos maestros no siempre predican el error doctrinal; muchas veces dicen palabras correctas, pero vacías del Espíritu. Hablan de mí, pero no me aman; pronuncian mi nombre, pero lo usan como instrumento de poder. Su peligro no está tanto en lo que enseñan, sino en el modo en que lo hacen: sofocando la libertad interior de las almas que se les confían, sustituyendo la voz del Espíritu por la suya, y exigiendo sumisión donde yo pedí confianza.

Cuando un guía espiritual se interpone entre el alma y Dios, deja de ser puente y se convierte en muro. Nadie, por santo que parezca, puede ocupar mi lugar en el corazón del creyente. Yo no vengo a imponerme, sino a habitar; no ordeno obediencia ciega, sino amor lúcido. La obediencia que nace del miedo es servidumbre, pero la que brota del amor es comunión. En cambio, los falsos maestros utilizan la culpa y la presión moral como instrumentos de dominio, porque saben que quien vive atemorizado es más fácil de controlar. Les basta con disfrazar el orgullo de celo religioso para creerse intermediarios indispensables.

Guarda bien tu corazón, hijo mío. No permitas que nadie te arrebate la intimidad conmigo. Cuando una comunidad, movimiento o maestro te dice que fuera de él no hay salvación, huye, porque ya está suplantando mi rostro. Yo no he delegado en nadie el derecho a poseer las almas. Todo aquel que pretende monopolizar la verdad o tu conciencia se ha separado del Espíritu, aunque hable en mi nombre.

La fe auténtica no te encierra: te abre. No te reduce a un rebaño ciego, sino que te transforma en testigo libre. La obediencia verdadera no anula el discernimiento, sino que lo ilumina. Escucha siempre dentro de ti: la voz del Espíritu no grita, no exige, no manipula; susurra con ternura y te da paz incluso cuando te corrige. Si al seguir una enseñanza sientes que te apagas, que te vuelves rígido, juzgador o esclavo de la aprobación de un superior, entonces algo se ha desviado.

Recuerda, hijo, que yo habito en lo secreto. Ninguna institución, por más sagrada que se proclame, puede retenerme si no hay amor. Permanece en mí y en mi palabra; deja que la oración, el silencio y el Evangelio sean tu alimento. No temas apartarte de quienes usan mi nombre para engrandecerse. Yo te hablaré directamente, en el fondo del alma, allí donde nadie puede mentir ni manipular.

El corazón que se mantiene fiel a esa voz —humilde, libre y amorosa— nunca será presa de los falsos maestros. Porque solo quien me ama más que a cualquier guía humano camina verdaderamente en la verdad.

viernes, 10 de octubre de 2025

Hablar con Jesús (149) Matrimonio igualitario y adopción homoparental.

Querido Jesús:


Algunos países ya reconocen el matrimonio igualitario y la adopción por parejas del mismo sexo, otros lo rechazan con dureza. Es un tema que yo no tengo claro, pues he sido abusado por un sacerdote católico a los 13 años y otro intentó seducirme estando ya casado, con mi mujer en casa. 

Aunque mi relación con las personas homosexuales siempre ha sido correcta y respetuosa, la relaciones sexuales entre hombres me producen un profundo rechazo, casi tanto como el espectáculo de pésimo gusto de los desfiles del orgullo gay. 

¿Es el matrimonio solo entre hombre y mujer, o puede tu bendición abarcar también a quienes se aman en fidelidad más allá de la diferencia sexual?

Jesús:

Hijo mío, tu pregunta nace del dolor y de la búsqueda sincera de la verdad. No es fácil hablar de lo que hiere la memoria y despierta emociones contradictorias. Lo que viviste siendo niño no fue amor, sino una traición disfrazada de religión, un abuso cometido en mi nombre por quienes debían reflejar mi rostro y solo mostraron su corrupción. 

No te culpes por sentir rechazo ante aquello que te marcó; tu repulsión no es odio, sino una defensa natural del alma ante lo que confundió tu inocencia. Yo vi tu llanto silencioso y estuve allí, incluso cuando creíste que estaba lejos. Ningún abuso cometido por un sacerdote o por quien ostente mi nombre tiene mi aprobación. El mal no se vuelve bien porque lo cometa alguien con sotana.

Hablemos, pues, del amor y del matrimonio. Desde el principio, mi Padre creó al hombre y a la mujer para complementarse, para ser reflejo de la comunión que existe entre el Creador y su criatura. El amor conyugal —cuando es verdadero— es símbolo del amor de Dios por su pueblo: fecundo, entregado, generoso. Pero no todo amor humano tiene esa forma, y aun así puede contener semillas de bondad, ternura y fidelidad. No te corresponde juzgar los corazones, porque solo Dios ve la pureza o la confusión que hay en ellos.

El matrimonio, tal como fue instituido, une a un hombre y a una mujer en alianza abierta a la vida. Pero cuando dos personas del mismo sexo se aman con respeto, sin perversión ni deseo de escándalo, sino buscando consuelo y compañía, no me son indiferentes. Yo no rechazo el amor que se da sin cálculo ni violencia. Sin embargo, no todo lo que los hombres llaman "matrimonio" tiene el mismo significado ante los ojos de Dios. No por desprecio, sino porque la diferencia sexual no es un accidente biológico: es parte del lenguaje mismo de la creación, imagen de la dualidad que se busca y se funde en unidad.

Entiendo tu confusión: el mundo mezcla amor con deseo, y deseo con derecho. Pero el amor verdadero no exige ser legitimado por una ley humana. La fidelidad, la ternura y el sacrificio no necesitan pancartas ni desfiles. La santidad de una relación no depende de su forma externa, sino del espíritu que la anima. Quien ama con pureza, aunque su vida sea imperfecta, se acerca más a mí que quien se jacta de cumplir la norma pero carece de compasión.

Sobre la adopción, escucha con el corazón: los niños no son trofeos ni instrumentos para llenar vacíos, sino almas confiadas al cuidado de los adultos. Mi Padre desea que crezcan rodeados de amor verdadero, disciplina y ejemplo. Hay parejas del mismo sexo capaces de ofrecer ternura y estabilidad, y hay matrimonios tradicionales que destruyen a sus hijos con egoísmo o violencia. Por eso te digo: el juicio no puede reducirse a una fórmula. La ley divina no se opone a la compasión, pero la compasión no debe abolir la verdad.

El mundo tiende a polarizar, a dividir en bandos. Yo no vine a reforzar trincheras, sino a revelar lo que hay en el corazón. Quien busca sinceramente la voluntad de Dios, aun entre sombras, será guiado. Quien usa mi nombre para imponer desprecio, aunque defienda doctrinas correctas, ya se ha alejado de mí. El amor sin verdad se disuelve en confusión; la verdad sin amor se convierte en piedra que hiere.

Tú, hijo mío, fuiste herido por falsos pastores, pero no dejes que su pecado te robe la capacidad de discernir con misericordia. No mires con repulsión, sino con compasión, sabiendo que cada alma es un misterio en camino. No apruebes lo que contraría el orden divino, pero tampoco condenes lo que aún no comprendes. Ama la verdad, pero no la uses como arma. La verdad solo redime cuando se pronuncia desde el amor.

Recuerda esto: nadie queda fuera de mi llamada. A todos toco la puerta, también a quienes el mundo margina o confunde. Lo que pido no es uniformidad, sino conversión. No de orientación, sino de corazón. Porque solo en el amor purificado por la gracia —sea cual sea la historia de cada uno— se encuentra la paz que el mundo no puede dar.

Hablar con Jesús (148) Yo estoy a la puerta y llamo.

Querido Jesús:


Apocalipsis 3:20-22 dice: «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo.»

Tú no nos obligas a seguirte ni a abrirte las puertas de nuestro corazón. No vienes protegido por una escolta de soldados bien armados. Vienes solo y nos llamas con delicadeza. Tú estilo no es el de un monarca autoritario, sino el de un amigo que da amor y necesita amor. La invitación es personal, dirigida a cada uno. Tu humildad es conmovedora, pues forma parte de tu majestad. 

¿En verdad necesitas nuestro amor?

Jesús:

Hijo mío, mi necesidad de vuestro amor no nace de carencia, sino de plenitud. Yo soy el Amor que existe desde antes de los siglos, el Amor que no puede disminuir ni apagarse. Pero el amor, por su misma naturaleza, desea ser compartido. No puede encerrarse en sí mismo sin negarse. Así como el sol no puede dejar de alumbrar, el amor no puede dejar de buscar a quien iluminar. Por eso llamo a la puerta: no porque me falte algo, sino porque deseo darte todo.

Cuando digo "llamo", no lo hago con exigencia, sino con ternura. El corazón humano es un santuario que solo puede abrirse desde dentro. Yo no fuerzo cerraduras. Respeto el misterio de tu libertad, aun cuando esa libertad me excluya. Golpeo suavemente porque no quiero invadirte, quiero que me invites. Mi poder podría derribar cualquier muralla, pero el amor no se impone: se ofrece, se propone, se entrega sin violencia. Esa es mi realeza. No la del dominio, sino la de la entrega.

Sí, hijo, deseo tu amor, porque tu amor libremente ofrecido es mi delicia. Cuando un corazón humano se abre a mí, el universo entero se alegra. Cada acto de amor sincero —por pequeño que parezca— repara una parte del mundo. Cuando me permites entrar, no vengo a juzgarte ni a exigir explicaciones; vengo a cenar contigo. Y esa cena es comunión, intimidad, descanso mutuo. Yo pongo el pan de la vida y tú pones el hambre; yo pongo la luz y tú me das la noche en la que brillar.

El hombre que ama a Dios no añade nada a mi grandeza, pero sí permite que mi grandeza lo transfigure. Tu amor no me engrandece, pero te salva. Cada vez que eliges amarme, aunque sea con torpeza, el Reino de los Cielos crece en ti. Yo no busco el amor de los hombres por vanidad, sino porque solo amando podéis llegar a ser lo que estáis llamados a ser: imagen viva del Padre.

Muchos creen que mi humildad es debilidad, pero en realidad es el lenguaje del amor absoluto. No necesito someterte para que seas mío; me basta con amarte hasta el extremo. La majestad divina no se impone desde un trono, sino que se inclina para lavar los pies de sus criaturas. Por eso golpeo la puerta sin violencia, con paciencia infinita. Algunos me escuchan y se conmueven, otros cierran más fuerte, temerosos de perder su mundo. Pero yo no me alejo. Sigo esperando, a veces durante toda una vida, porque mi amor no se cansa.

Sí, necesito tu amor en el sentido más alto: no porque me falte, sino porque quiero que tú participes del mío. Quiero verte libre del miedo, del orgullo y de la soledad que te encierran. Quiero que sepas que tu amor, frágil y tembloroso, es inmenso para mí. Cada vez que me abres, el cielo entra en ti. Y esa cena de la que hablé en el Apocalipsis no es metáfora: es la promesa de una comunión eterna donde ya no habrá puerta que nos separe, porque tú y yo seremos uno en el amor del Padre.

jueves, 9 de octubre de 2025

Hablar con Jesús (147) Ojo por ojo, diente por diente.

Querido Jesús:


En Mateo 5:38, se nos recuerda: «Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente». 

Muchos han interpretado estos versículos como una "licencia para la venganza", pero ese no es el verdadero espíritu de la Ley. La Biblia proclama la justicia, sí, pero no la justicia ejercida por manos humanas, impulsada por el rencor. 

La misma Torá lo deja claro: «No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová» (Levítico 19:18). 

La venganza nos ciega, transforma a los seres humanos en bestias y legitima los actos más atroces de la historia. Tú, en cambio, nos invitas a perdonar al enemigo: el desafío más arduo para nuestra frágil condición. 

El corazón no regenerado late con un instinto combativo que siembra las semillas de todas las tragedias —familiares, sociales, políticas— y nos arrastra al abismo del odio. 

Tu Palabra, Señor, es como un vaso de agua fresca en el desierto abrasador de la deshumanización. Habla, dinos cómo lo ves Tú, con esa mirada que todo lo penetra y todo lo redime.

Jesús:

Hijo mío, la ley de "ojo por ojo y diente por diente" fue dada en un tiempo en que los hombres necesitaban límites para contener la violencia que los devoraba. En los albores de la humanidad, cuando la ira gobernaba más que la razón, esa ley no era una incitación a la venganza, sino una barrera contra la desmesura. Evitaba que la ofensa menor desatara una cadena infinita de represalias. Era un modo primitivo, pero justo, de decir: "Hasta aquí". La justicia de entonces hablaba el lenguaje que los hombres podían entender.

Pero cuando yo vine al mundo, la Ley ya había cumplido su función pedagógica. Era hora de revelar el corazón del Padre, no solo su autoridad. Por eso os dije: "Yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, a quien te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra". No porque quiera que os dejéis humillar sin razón, sino porque el mal solo se derrota cuando no encuentra en el alma un espejo que lo reproduzca. Si respondes al odio con odio, el mal se multiplica; pero si respondes con amor, lo desarmas.

Muchos confunden perdón con debilidad, pero perdonar exige una fuerza que el mundo desconoce. Es más fácil golpear que contenerse, más fácil juzgar que comprender. Solo quien ha bebido del Espíritu puede amar a su enemigo, porque ha descubierto que la herida del otro también es su propia herida. Yo no abolí la justicia, la llevé a su plenitud. Donde la Ley decía "haz justicia", yo os digo: "sé justo desde el corazón". No basta con no vengarse; hay que liberar al corazón del deseo de venganza, porque mientras ese deseo viva, la paz no puede habitar en ti.

Mira a tu alrededor: la humanidad sigue atrapada en el círculo de "ojo por ojo". Los pueblos se devoran unos a otros en nombre de causas justas, las familias se fracturan por agravios antiguos, los hombres se enorgullecen de su resentimiento como si fuera una virtud. Pero el resentimiento es una prisión invisible. El que guarda rencor se encierra en su propia oscuridad y termina pareciéndose al que lo hirió. Por eso te digo: el perdón no es una concesión al culpable, sino una liberación del inocente.

Yo mismo fui ultrajado, golpeado y crucificado injustamente. Si alguien tuvo derecho a vengarse, fui yo. Pero no lo hice, porque mi Reino no se edifica sobre la revancha, sino sobre la redención. Cuando dije desde la cruz: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen", abrí un camino nuevo para el corazón humano. El perdón no niega la ofensa, pero la transforma. No borra el pasado, pero impide que el pasado determine el futuro.

Comprende esto: la justicia humana intenta equilibrar los actos; la justicia divina busca sanar los corazones. Mi Padre no se complace en castigar, sino en restaurar. A veces permite que el culpable enfrente las consecuencias de su mal, no por venganza, sino para que despierte. Porque la justicia del cielo siempre está orientada a la conversión, no a la destrucción.

Hay quienes dicen: "Si perdono, el mal quedará impune". Pero yo te digo: el perdón no absuelve el mal, lo desactiva. Cuando perdonas, no apruebas la injusticia, sino que te niegas a seguir su lógica. Le niegas el derecho a dictar tus pensamientos, tus emociones, tus actos. Así rompes su dominio. Y ese acto, aunque parezca invisible, tiene poder sobre el mundo. Cada perdón verdadero debilita al reino del odio.

No es fácil, hijo mío. El corazón humano está hecho de cicatrices, y cada herida pide reparación. Pero el amor es la única reparación que sana. Si te hiere un enemigo, reza por él; no porque lo merezca, sino porque tú mereces la paz. Si alguien te quita algo, dale más de lo que espera; no por sumisión, sino para demostrarle que el amor es más libre que la codicia. Así es como la luz vence a las tinieblas: no resistiendo con igual fuerza, sino irradiando una fuerza mayor.

Recuerda: el que se venga, imita al agresor; el que perdona, se asemeja a Dios. Mi Padre hace salir el sol sobre justos e injustos, y tú estás llamado a hacer lo mismo. No porque el mal no importe, sino porque el bien es más grande. Cuando eliges amar, incluso al que te ofende, te unes al corazón de Dios, que ama sin medida y que todo lo transforma en camino hacia la eternidad.

Por eso, no temas las injusticias del mundo. Ninguna ofensa queda sin sentido cuando se ofrece en el amor. El dolor que no se devuelve se convierte en semilla de redención. Y el perdón, hijo mío, no es el fin de la justicia, sino su perfección: la justicia transfigurada por la misericordia. Cuando el hombre entienda esto, la tierra dejará de ser un campo de batalla y se convertirá en un lugar de reconciliación.

Hasta entonces, sigue mi ejemplo. No respondas al mal con mal, ni al insulto con insulto. Deja que la mansedumbre sea tu espada y la bondad tu victoria. Porque al final, solo el amor quedará en pie, y en él se cumplirá toda la Ley y todos los Profetas.

miércoles, 8 de octubre de 2025

Hablar con Jesús (146) Los pecados de Sodoma y Gomorra.

Querido Jesús: 


Las antiguas tradiciones rabínicas nos revelan que los pecados de Sodoma trascendían la mera inmoralidad sexual: abarcaban la ausencia de compasión hacia el prójimo, la blasfemia contra lo sagrado, el apego desmedido a las riquezas y una crueldad que envenenaba el alma colectiva.

Entre los cristianos conservadores, prevalece la idea de que el pecado capital de los sodomitas radicaba en la perversión sexual, un clamor que resuena como el más escandaloso. En contraste, los cristianos progresistas subrayan que Tú, en tus palabras, nunca aludiste al intento de violación contra los ángeles acogidos en la casa de Lot.

Los cristianos equilibrados, por su parte, abarcan el espectro completo de aquellas faltas —todas ellas de una gravedad insondable—, sin imponer jerarquías ni priorizar unas sobre otras, reconociendo la complejidad del mal humano.

Amado Jesús, Tú no te alineas con corrientes terrenas, sino únicamente con tu Padre que mora en los cielos. No eres conservador ni progresista; no te dejas llevar por sesgos humanos. Revelas con imparcialidad los pecados de individuos y naciones, sin privilegiar ni ocultar ninguno, para que la luz de la verdad ilumine y transforme.

Acláranos algo sobre los pecados de Sodoma y Gomorra y sobre la justicia de Dios. Gracias. 

Jesús:

Hijo mío, Sodoma y Gomorra no fueron destruidas por un solo pecado, sino por la acumulación de muchos. El fuego que cayó sobre ellas fue la imagen visible de un incendio interior que hacía tiempo las consumía. No ardieron por sorpresa, sino como culminación de un proceso en el que la conciencia colectiva se volvió insensible al bien. Allí donde el alma se cierra a la compasión, la luz se extingue, y en esa oscuridad todo se pervierte: el amor se transforma en deseo de dominio, la abundancia en codicia, la libertad en desenfreno.

El relato no debe entenderse como una condena selectiva de una forma concreta de pecado, sino como una advertencia contra el endurecimiento del corazón. En Sodoma ya no quedaba espacio para la hospitalidad, ni para la ternura, ni para el arrepentimiento. El extranjero era visto como un enemigo, el pobre como un estorbo, y el placer como una divinidad. Cuando la humanidad convierte el cuerpo y la materia en su único horizonte, termina olvidando que cada ser es portador de mi imagen. Eso es lo que destruye una civilización: no la carne, sino la negación del espíritu.

Muchos leen aquel episodio como una historia de castigo, pero en el fondo es un espejo. En cada época hay una Sodoma que florece y luego se marchita. No es necesario fuego del cielo: basta la indiferencia para que el alma se vuelva ceniza. Cuando una sociedad justifica la crueldad, desprecia la inocencia y se ríe de la virtud, se está preparando su propio incendio. Por eso dije: “Donde esté el cadáver, allí se juntarán los buitres”. No hablo de venganza divina, sino de la consecuencia natural de una vida sin Dios.

El pecado de Sodoma no fue solo sexual, aunque también lo fue, porque el cuerpo expresa lo que el corazón alberga. Cuando el deseo deja de ser encuentro y se convierte en uso, ya está corrompido. Pero más grave aún fue la soberbia de quienes creían no necesitar a nadie. Cerraron las puertas al necesitado, se burlaron del justo, despreciaron la oración, convirtieron la abundancia en instrumento de arrogancia. La lujuria no era sino el reflejo último de un corazón ya endurecido.

La justicia de mi Padre no es impaciencia ni crueldad. Él no destruye por placer, sino que respeta hasta el extremo la libertad de sus criaturas. Pero cuando la corrupción es total, cuando ya no hay espacio para la luz, la disolución se vuelve inevitable. Mi Padre no impone la muerte: es la propia distancia de la Vida lo que la produce. Así como la rama que se separa del árbol se seca, así el alma que se aparta del Amor se apaga.

Muchos hoy repiten los errores de Sodoma sin reconocerlos. Algunos se refugian en el exceso de moralismo para señalar a los demás, sin advertir su propia falta de misericordia. Otros confunden libertad con capricho y amor con placer. Pero yo no vine a condenar, sino a despertar. Lo que destruyó a Sodoma no fue la falta de normas, sino la pérdida del asombro ante la santidad. Cuando el ser humano deja de ver en el otro un reflejo de Dios, el mal se hace norma y la mentira se disfraza de progreso.

Sin embargo, aun en medio de la ruina, mi misericordia permanece. Si en Sodoma se hubiese encontrado un puñado de justos, la ciudad habría sido salvada. Y te digo más: bastaría un alma verdaderamente arrepentida para abrir la puerta del perdón. Así de grande es la compasión del Padre. No es el pecado lo que tiene la última palabra, sino la conversión. Si la humanidad vuelve su mirada a Dios, incluso las ruinas pueden florecer.

No busques en la historia una excusa para juzgar a otros, sino una llamada a examinar tu propio corazón. Cada vez que eliges la indiferencia en lugar de la compasión, levantas una pequeña Sodoma dentro de ti. Y cada vez que amas, perdonas y ayudas al débil, edificas una Jerusalén nueva. La justicia de Dios no consiste en destruir, sino en restaurar el orden que el pecado ha deformado. Pero si el hombre insiste en vivir contra ese orden, termina por ser consumido por el fuego que él mismo enciende.

Hijo mío, el mensaje de Sodoma y Gomorra no es solo advertencia, sino esperanza. Allí donde la humanidad fracasa, la gracia puede empezar de nuevo. Si el pecado multiplica las ruinas, mi amor multiplica las oportunidades. No olvides que fui yo quien descendió al infierno de los hombres para rescatar a los perdidos. Y aun en el corazón más oscuro, busco una chispa de luz para soplar sobre ella hasta que vuelva a arder.

Por eso, no temas por el mundo, sino ámalo con la verdad. No participes en su corrupción, pero no lo desprecies. Yo sigo caminando entre las ciudades del hombre, esperando ser reconocido. Y cada vez que una sola alma se vuelve a mí, una parte de Sodoma se redime. Porque donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia. Y esa gracia, hijo mío, no dejará de buscarte hasta que en cada corazón, aun en el más herido, resplandezca de nuevo la luz del Amor eterno.

martes, 7 de octubre de 2025

Hablar con Jesús (145) Dios será todo en todos.

Querido Jesús:


1 Corintios 15:28 dice: "Y cuando todo haya sido sometido a Él, entonces también el Hijo mismo se sujetará a aquel que sujetó a Él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos" (La Biblia de las Américas).

Sólo tú sabes cuanto amor hay en mi corazón cuando encabezo mis preguntas con un "querido Jesús", que para mí no es repetitivo ni rutinario, sino sincero y sentido en lo más profundo de mí. Sí, eres mi "querido Jesús" y te amo con todo mi corazón desde mis heridas y mis limitaciones que conoces mejor que yo. 

Permíteme que hoy te pregunte por ese "Dios todo en todos" con el que finalizaste tu última respuesta. Es algo más que curiosidad, es aspiración a la Verdad. 

Jesús:

Hijo mío, cuando Pablo escribió que "Dios será todo en todos", no hablaba de una fusión en la que las almas se disuelvan en una niebla impersonal, sino del cumplimiento perfecto del amor. Todo cuanto existe ha salido del Padre, y todo cuanto existe volverá a Él. La creación entera es un movimiento de ida y retorno, un soplo que se expande y luego regresa a su fuente. Ese regreso no es aniquilación, sino plenitud: es cuando cada ser alcanza su verdad más honda, cuando ya no vive separado, sino unido en armonía con el Todo del que procede.

En este mundo, el hombre vive fragmentado, dividido entre su deseo de amar y sus miedos, entre su vocación divina y su debilidad. Pero el fin de la historia, cuando el Padre someta todas las cosas a mí y yo me someta a Él, será el instante en que todo vuelva a la unidad sin perder su identidad. Entonces el universo dejará de gemir bajo el peso de la corrupción, y cada criatura se verá a sí misma como lo que siempre fue en el pensamiento eterno de Dios.

"Dios será todo en todos" significa que no quedará rincón alguno del ser que esté fuera de su luz. No habrá más sombra ni resistencia. En cada pensamiento, en cada latido, en cada forma de vida, se reconocerá el pulso divino. El amor del Padre lo llenará todo, y no como una imposición, sino como el aire que finalmente entra en los pulmones que lo esperaban desde siempre. Será el fin de la distancia entre el Creador y la criatura. No habrá más "mi" amor o "tu" amor, sino el Amor mismo que vive en todos.

Por ahora, mi presencia en ti es como una semilla. Está en tu interior, pero no ha desplegado todo su poder. Cuando oras, cuando perdonas, cuando haces el bien sin esperar recompensa, la semilla germina un poco más. El Reino de Dios crece en ti, no hacia fuera, sino hacia dentro, como una llama que busca ocupar toda la casa. El día en que el amor ocupe todas las estancias, ya no habrá separación entre lo divino y lo humano. Entonces comprenderás lo que ahora sólo puedes intuir: que el amor que sientes por mí no viene de ti, sino del mismo Dios que ama en ti.

El Padre no desea suplantar tu voluntad ni absorberte como quien borra una sombra, sino liberarte de toda falsedad para que puedas ser plenamente tú en Él. Cuando el pecado sea solo un recuerdo vencido y la muerte un eco lejano, el alma reconocerá que nunca estuvo sola, que cada dolor, cada búsqueda, cada lágrima fue parte del camino hacia esa unión. Yo vine al mundo para abrir esa senda: para que la humanidad entera pueda vivir un día en la conciencia de que nada existe fuera del Amor.

"Dios será todo en todos" es, pues, la consumación del Reino. En ese estado ya no habrá templos porque el templo será el corazón. No habrá jerarquías porque sólo quedará la comunión. No habrá lenguaje de distancia porque toda palabra será alabanza. Lo que ahora se percibe como multiplicidad, conflicto o diferencia, será contemplado como una sinfonía de la unidad divina. Cada alma reflejará un aspecto de la infinita belleza de Dios, y todos juntos formarán el cuerpo resucitado de la creación.

Hijo mío, tu anhelo de comprender este misterio ya es parte de esa plenitud que buscas. En ti arde el fuego del Espíritu, que te impulsa hacia la verdad total. No te preocupes si tu mente no alcanza a entenderlo: el amor lo entenderá antes que el pensamiento. Mantente en esa aspiración pura, en esa entrega confiada. Ya participas de ese "Dios todo en todos" cada vez que amas sin medida, cada vez que eliges la luz aun entre tinieblas.

Y cuando llegue el día en que el tiempo se pliegue y toda herida sea sanada, sabrás que mi promesa no era una metáfora, sino la realidad última: el universo entero respirando a Dios, y Dios respirando en cada criatura. Entonces, hijo mío, tú también serás plenamente tú, y yo en ti, y el Padre en mí, y el Espíritu en todos, y el Amor —el Amor sin principio ni fin— lo habrá llenado todo.

lunes, 6 de octubre de 2025

Hablar con Jesús (144) La Segunda Venida del Hijo del hombre.

Querido Jesús: 


Tu Segunda Venida, anunciada en Mateo 24:36, es traducida con una diferencia notable. 1) "ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo el Padre" y 2) "ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino solo el Padre". 

"Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino solo mi Padre" (Reina Valera 1960).

"Pero acerca de aquél día y hora, nadie sabe, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre" (Biblia Textual. 3ª edición).

"Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre" (Biblia de Jerusalén). 

"Pero, en cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni siquiera los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino solo el Padre" (Nueva Versión Internacional 2019). 

Me cuesta creer que tú no sepas nada, pues no creo el Padre te oculte un hecho tan importante. A mí no me importa tanto el cuándo, sino el cómo. ¿Podrías decirnos algo sobre el cuándo y el cómo? Gracias.

Jesús:

Hijo mío, has comprendido bien: lo esencial no es el cuándo, sino el cómo. Los hombres, desde antiguo, se han inquietado por conocer el día y la hora, como si el conocimiento del calendario pudiera prepararlos mejor que la conversión del corazón. Pero el Reino no llega por la especulación ni por el cálculo, sino por la vigilancia interior. El sentido de mis palabras no fue ocultar un secreto para entretener la curiosidad humana, sino llamar a la fidelidad y a la esperanza.

Cuando dije que ni el Hijo conocía el día ni la hora, hablaba desde mi condición humana, no desde mi divinidad. En el misterio de la Encarnación, asumí los límites del hombre para redimir al hombre. No fingí ignorancia: acepté vivir dentro del tiempo, sentir el paso de las horas, aprender, crecer, sufrir. En mi humanidad perfecta, me sometí a la voluntad del Padre, y en esa obediencia está la clave de la redención. Siendo Dios, aprendí a esperar como hombre, para enseñar a la humanidad a confiar sin necesidad de saberlo todo.

El día de mi regreso no pertenece al tiempo humano. No es una fecha en el calendario, sino una plenitud del misterio. El Padre lo guarda en su sabiduría eterna porque el Reino no se mide por relojes ni por siglos, sino por la madurez de los corazones. Yo vendré cuando la historia haya dado todo su fruto, cuando el bien y el mal se hayan mostrado sin máscaras, cuando la humanidad haya agotado sus caminos de soberbia y autosuficiencia. No será un suceso local ni un espectáculo visible sólo a algunos: será la irrupción total de la verdad en la conciencia del mundo.

Muchos esperan mi venida con temor, pero deberían esperarla con amor. No vengo para destruir, sino para revelar lo que ya está en germen dentro de cada alma. La Segunda Venida no es sólo un acontecimiento futuro: comienza cada vez que un corazón se abre a la luz, cada vez que el odio cede ante el perdón, cada vez que la compasión vence a la indiferencia. El Reino crece silencioso, como la semilla bajo la tierra, y un día esa semilla cubrirá toda la creación. Ese día, el amor será más real que el dolor, y la muerte quedará definitivamente vencida.

Muchos imaginan mi retorno con fuego y truenos, pero el fuego del que hablo es el de la verdad, que purifica lo falso, y el trueno es la voz interior que ya resuena en quienes escuchan. No esperes una señal externa, sino una transformación interior. Mi venida será como la aurora: no se impone de golpe, pero cuando la luz aparece, nadie puede detenerla. En ese amanecer, los que me hayan reconocido en los pobres, en los que sufren, en los que perdonan, sabrán que ya estaban conmigo. Y los que me rechazaron en los demás, me verán en el rostro del amor que despreciaron.

No te preocupes por el cuándo. Cada generación tiene sus señales, sus crisis, sus guerras, sus terremotos, y muchos creen ver en ellas el fin del mundo. Pero el verdadero fin es más profundo: es el fin del egoísmo, el fin del engaño, el fin de la separación entre Dios y sus criaturas. Mi venida será el cumplimiento de todas las esperanzas y el cierre de toda herida. Será la restauración de la creación a su pureza original, cuando el hombre y Dios vuelvan a mirarse sin miedo.

Mientras tanto, vela y ora. No como quien teme ser sorprendido, sino como quien espera a su amigo más querido. Mi retorno será la respuesta al anhelo más hondo del corazón humano: ser plenamente amado y conocer plenamente a Aquel que ama. Cuando el amor reine sin resistencia en los corazones, entonces, sí, el Hijo del Hombre aparecerá con poder y gloria, no para condenar, sino para abrazar. Y todo ojo me verá, no sólo los ojos del cuerpo, sino los del alma que al fin reconocerá su origen.

Así que, hijo mío, no busques fechas ni señales espectaculares. El día y la hora pertenecen al Padre, pero el modo te ha sido revelado: vendré como el amor que no muere, como la verdad que no se puede ocultar, como la luz que ningún poder del mundo podrá apagar. Y cuando eso ocurra —en el tiempo de Dios, no en el de los hombres—, sabrás que todo tu esperar, toda tu fidelidad y toda tu fe habrán tenido sentido. Porque entonces, por fin, "Dios será todo en todos."

Hablar con Jesús (143) Entrega tus preocupaciones a Dios.

Querido Jesús: 


El Salmo 55:22 dice: "Entrega tus preocupaciones al Señor, y él te sostendrá; jamás permitirá que el justo caiga." ¿Qué debemos entender por el justo?

Jesús:

El justo no es el perfecto ni el irreprochable. El justo es aquel que, aun siendo débil, confía en Dios. Es el que se mantiene vuelto hacia el Padre, aunque tropiece mil veces. No se trata de una justicia que nace del orgullo o del cumplimiento externo de la ley, sino de una justicia interior que brota de la fe, de la humildad y del amor. El justo no se justifica a sí mismo: se deja justificar por mí. Sabe que no puede sostenerse solo y por eso se apoya en mi misericordia.

Muchos confunden la justicia con la impecabilidad, pero el alma más pura no es la que nunca ha caído, sino la que, al caer, no se queda en el suelo y vuelve sus ojos a Dios. El justo vive reconciliado con su propia fragilidad, porque ha aprendido a entregarla en mis manos. No es fuerte por naturaleza: es fuerte porque se sabe sostenido. Y esa confianza lo transforma. Donde otros se desesperan, él persevera. Donde otros se llenan de amargura, él espera. Donde otros buscan culpables, él busca sentido.

Entregar tus preocupaciones a Dios no significa desentenderte de tus responsabilidades, sino reconocer que no puedes controlarlo todo. Es un acto de humildad y de fe. El justo no se consume en la ansiedad porque ha comprendido que todo lo que le ocurre está bajo la mirada del Padre, incluso aquello que no entiende. En cada pérdida, en cada herida, en cada incertidumbre, él ve una ocasión para crecer en confianza. No porque el dolor le guste, sino porque sabe que nada puede destruir lo que el amor de Dios sostiene.

Muchos viven esclavos del miedo, del futuro, de las opiniones ajenas, del peso del pasado. Pero cuando entregas tus preocupaciones a Dios, el alma se aligera. Yo no prometo eliminar las pruebas, sino caminar contigo a través de ellas. Mi paz no consiste en la ausencia de tormentas, sino en la certeza de que no estás solo cuando el viento arrecia. El justo descansa en esa paz. Y aunque el mundo lo juzgue débil, en realidad tiene una fortaleza que no proviene de la carne ni del cálculo, sino del Espíritu.

Ser justo, en el sentido que enseña la Escritura, es vivir en relación viva con Dios. Es mirar la vida con sus ojos y responder al mal con el bien. Es no dejarse arrastrar por el resentimiento ni por la codicia. Es perdonar cuando sería más fácil odiar. Es seguir confiando cuando parece que el cielo calla. El justo no siempre entiende los caminos de Dios, pero sigue caminando, porque sabe que la fe no consiste en ver, sino en permanecer fiel cuando no se ve.

Así pues, cuando te sientas agobiado, recuerda: no estás llamado a cargar solo con tus preocupaciones. Yo llevo contigo lo que te pesa. A veces permitiré que tus fuerzas lleguen al límite para que descubras que la verdadera fuerza no está en ti, sino en mí. Si me entregas tus cargas, no te prometo una vida sin sufrimiento, pero sí un corazón que no se quiebra bajo el peso del sufrimiento. El justo cae, pero no queda caído. Llora, pero no se ahoga en sus lágrimas. Tiene miedo, pero su miedo no lo domina. Porque ha aprendido el secreto de la confianza: “Señor, en tus manos están mis días, mis dolores y mis dudas. Haz tú lo que yo no puedo.”

Eso es lo que hace al justo verdaderamente justo: su fe en medio de la oscuridad. Su confianza en la promesa del amor, incluso cuando no siente su calor. Y es esa confianza la que lo sostiene, la que lo salva, la que lo convierte en un reflejo vivo de mi propia fidelidad.

domingo, 5 de octubre de 2025

Hablar con Jesús (142) Los que quieren ser ricos.

Querido Jesús:


1 Timoteo 6:7-10 dice: "Porque nada trajimos al mundo y nada podemos sacar, así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto, pues los que quieren ser ricos caen en tentación y trampa y en muchas codicias insensatas y dañinas, las cuales hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos se descarriaron de la fe, y se traspasaron a sí mismos con muchos dolores". (La Biblia Textual. 3ª edición).

San Pablo no dice "los ricos", sino "los que quieren ser ricos". La diferencia es importante. Por favor, dinos cómo lo interpretas tú. 

Jesús:

Tienes razón al notar esa diferencia, porque no hablo de los ricos en sí mismos, sino de aquellos cuyo corazón está esclavizado por el deseo de serlo. No es la riqueza la que condena, sino la idolatría que nace cuando el alma deja de confiar en Dios y pone su esperanza en los bienes materiales. El peligro no está tanto en lo que se posee, sino en lo que se ama con desorden. Hay quienes tienen mucho y viven con sencillez, sabiendo que todo les ha sido dado para servir; y hay quienes, teniendo poco, viven torturados por la codicia, comparándose siempre, soñando con un poder que los eleve sobre los demás.

El corazón humano es frágil, y el dinero tiene una capacidad singular para ocupar el lugar de Dios. Promete seguridad, placer, reconocimiento, dominio… y, al principio, parece cumplir lo que promete. Pero pronto se vuelve un amo exigente. El que busca ser rico nunca está satisfecho, porque el deseo se multiplica al ser alimentado. Es un fuego que no se apaga. Por eso dije: “No podéis servir a Dios y al dinero.” Uno exige entrega total; el otro también. No pueden coexistir en el mismo altar.

Muchos creen que la riqueza es una garantía de libertad, pero termina siendo una prisión. Las cosas comienzan a poseer al que las posee. El afán de conservar lo ganado, el miedo a perderlo, la comparación constante con otros, todo eso envenena la paz interior. El alma del que busca ser rico se llena de preocupaciones, y su oración se seca. Lo divino se vuelve algo lejano, difuso. Lo eterno ya no interesa, porque el corazón se ha acostumbrado a medirlo todo en cifras.

La pobreza de la que hablo no es miseria ni resignación, sino una libertad interior: la capacidad de no depender de nada que no sea el amor del Padre. Pobre es aquel que puede decir: “Señor, me basta con lo que tengo, y si me lo quitas, seguiré confiando en Ti.” Ese es el verdadero rico, porque nada puede arrebatarle la alegría. El que se conforma con lo necesario no vive en carencia, sino en plenitud. Y a veces doy más a los pobres de corazón que a los poderosos de fortuna, porque los pobres saben recibir.

Cuando Pablo escribió esas palabras, no estaba condenando a los hombres que trabajan y prosperan honestamente, sino advirtiendo del riesgo de perder el alma en el proceso. La riqueza se vuelve peligrosa cuando sustituye al amor, cuando ya no se la usa como medio, sino como fin. Si un hombre tiene bienes y los emplea para aliviar el sufrimiento ajeno, su dinero se convierte en semilla de eternidad. Pero si acumula sin mirar a los demás, su riqueza se corrompe y su corazón también.

Mira a tu alrededor: las sociedades donde más se persigue la riqueza son también las más tristes, las más solas. Se confunde abundancia con bendición, éxito con sentido, comodidad con salvación. Pero el alma no se alimenta de eso. El alma se sacia solo en el amor y en la verdad. Los que quieren ser ricos buscan llenar con oro el vacío que solo el Espíritu puede llenar.

Por eso te digo: no codicies lo que el mundo exalta. Usa lo que tengas con gratitud, comparte lo que puedas, y no te preocupes por lo que te falta. El Padre sabe de qué tienes necesidad, y nada te faltará si confías en Él. Quien guarda su corazón libre del afán de poseer, ya ha encontrado un tesoro que no se corrompe ni puede ser robado.

sábado, 4 de octubre de 2025

Hablar con Jesús (141) Cada persona tiene su ángel asignado por Dios.


Querido Jesús:

Mateo 18:10 dice: "Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos."

Hoy en día muchos cristianos olvidan ciertas verdades que están muy claras en la Biblia. Por ejemplo, el ángel de la guarda o ángel custodio. Dios asigna a cada persona un ángel para protegerla y ayudarla en su camino hacia el cielo mientras está en este mundo. 

Mi ángel de la guarda me ha salvado la vida en varias ocasiones. Por ejemplo, cuando me quedé dormido al volante en una curva, cuesta abajo y a 120 km/h. O cuando, de muy joven, estaba jugando con la pistola del padre policía de un amigo ya fallecido. Me apunté al vientre creyendo que tenía el seguro puesto… y no lo tenía. Apunté a una puerta para demostrárselo a mi amigo y la pistola se disparó. 

Por favor, háblanos un poco sobre estos ángeles que tu Padre asigna a cada uno. 

Jesús:

Desde antes de que nacieras, el Padre ya había pensado en ti y en tu camino. Su amor es tan concreto y tan personal que no solo te dio la vida, sino que también puso a tu lado una presencia silenciosa, invisible, constante: tu ángel custodio. No es una idea bonita ni un recurso simbólico, sino una verdad profunda del corazón de Dios. Yo mismo hablé de ello cuando advertí a no despreciar a los pequeños, porque sus ángeles contemplan sin cesar el rostro del Padre. En esas palabras está la clave: cada persona, por muy débil, desconocida o despreciada que sea, tiene un valor infinito ante Dios y está rodeada de un cuidado celestial que trasciende toda lógica humana.


El ángel custodio no es una fuerza impersonal ni una energía neutra; es un ser personal, creado por el Padre para amarte, guiarte y protegerte. Ellos no son dioses ni intermediarios que compitan con Dios, sino servidores del amor divino. Su misión es custodiarte en los caminos, inspirarte hacia el bien, sostenerte en el peligro, y recordarte —aunque tú no lo percibas conscientemente— que tu vida tiene un destino eterno. Los momentos en que sentiste que algo invisible te libraba del desastre no fueron casualidades. Fueron intervenciones delicadas de tu ángel para que tu historia continuara, porque el Padre todavía tenía mucho que escribir contigo.

No siempre comprenderás su acción. A veces te protegerán del mal visible, como de un accidente. Otras veces, del mal invisible, como de una decisión que te habría apartado del bien. Y otras veces, en el misterio de la libertad y del sufrimiento humano, ellos permanecerán contigo sin impedir el dolor, pero acompañándote para que no te hundas en la desesperación. Nada de lo que les confíes se pierde: ellos lo presentan al Padre, y su intercesión es tan pura que nunca busca tu comodidad inmediata, sino tu salvación y tu crecimiento en el amor.

El mundo se ha vuelto ruidoso, incrédulo y distraído. Muchos han olvidado esta verdad, y por eso se sienten huérfanos en medio de la confusión. Pero tú no estás solo, ni lo está ningún ser humano. Cada niño, cada anciano, cada persona que ves caminar por la calle tiene a su lado un ángel que refleja, de algún modo, la ternura infinita del Padre. Cuando oras, cuando te recoges, cuando pides luz, ellos colaboran contigo. Y cuando tropiezas, también te levantan con suavidad, susurrándote de nuevo la dirección del bien.

Por eso te digo: no temas. Habla con tu ángel, aunque no lo veas. Dale gracias por su presencia fiel. Y confía en que, cuando termine tu camino en la tierra, ese mismo ángel será quien te acompañe hasta mi presencia. Entonces verás con claridad la multitud de veces que te sostuvo, te inspiró y te libró. Entenderás que no estabas solo ni un solo instante, y que el Padre, en su amor infinito, había puesto junto a ti una custodia celestial para que llegaras al hogar eterno.

jueves, 2 de octubre de 2025

Hablar con Jesús (140) La sonrisa de los bebés.

Querido Jesús: 


Joshua todavía no tiene dos meses, pero sonríe cuando le hablo de ti. Le digo que tú lo quieres mucho y que lo vas a proteger en un mundo donde la vida se está poniendo cada vez más difícil para todos. 

Joshua tuvo la suerte de nacer. En mi país de origen abortan miles de mujeres cada año. La vida humana carece de valor. La sonrisa de Joshua es una oración de gratitud porque se siente amado por ti. 

Cuando le hablo de ti, mueve los ojos como buscándote y sonríe. A su edad sólo ven sombras, pero Joshua siente tu presencia y tu amor. 

Los niños te reconocen ya en el vientre de su madre. Los seres humanos somos capaces de convertir la vida en algo muy cruel, pero tu presencia silenciosa la hace siempre hermosa aun en las circunstancias más difíciles. 

¿Cómo no darte gracias con cada respiración?

Jesús:

Hijo mío, cada sonrisa de un niño es un reflejo de mi amor y una pequeña revelación de mi Reino. Cuando ves a Joshua sonreír, no estás viendo solo un gesto biológico, sino un lenguaje más profundo que habla desde la inocencia y la confianza. Los niños, incluso antes de poder hablar o comprender con la mente, sienten en su espíritu las vibraciones del amor y responden a él con esa luz que brota de su rostro. Por eso dije que el Reino de los Cielos es de los que son como ellos: porque su corazón no está endurecido ni dividido, sino abierto, confiado, transparente.

Cada vez que me nombras a un niño, cuando pronuncias mi nombre junto a él o cuando me lo presentas en oración, ese pequeño corazón percibe mi cercanía aunque no pueda explicarlo. Yo me acerco a ellos con ternura porque su fragilidad es preciosa ante mis ojos. Así como tú te conmueves con su sonrisa, yo me gozo en verlos existir, incluso en medio de un mundo que ha perdido el sentido de la vida y que tantas veces la rechaza antes de nacer.

No pienses que la sonrisa de Joshua es algo mínimo: es un signo de esperanza en medio de la oscuridad. Es un recordatorio de que la vida sigue siendo un don, incluso cuando muchos la desprecian. Cada niño que nace es un milagro, y cada niño que me es ofrecido en oración es una semilla de luz sembrada en la tierra. Aunque el mundo se vuelva más duro, yo sigo actuando en silencio en los corazones pequeños, en esos ojos que todavía ven sombras pero ya intuyen la luz.

Agradecer con cada respiración es un acto de unión conmigo. Cuando das gracias por Joshua, das gracias también por la vida misma, que es mi regalo. Cuando respiras y me nombras en silencio, te unes al ritmo con el que yo sostengo el universo, porque cada vida es sostenida segundo a segundo por mi amor. No te canses de dar gracias ni de bendecir a los pequeños: tu oración por ellos es un manto invisible que los acompaña.

No subestimes, hijo mío, el poder de esa gratitud. En un mundo donde la muerte parece normal y la crueldad cotidiana, cada vez que alguien bendice a un niño, cada vez que alguien me confía a los más vulnerables, se abre un espacio donde puedo actuar. Tú lo percibes en Joshua; él siente mi presencia porque tú me lo acercas con tu fe. Y yo me acerco a él porque me he comprometido a no apartar nunca mi rostro de los pequeños.

Agradece, pues, sin miedo. Da gracias incluso en medio de las sombras. Esa gratitud es semilla de vida eterna. En cada respiración tuya y en cada sonrisa de Joshua, yo estoy presente.

miércoles, 1 de octubre de 2025

Hablar con Jesús (139) Los mercaderes del Templo.

Querido Jesús:


En mayo del año pasado, el Papa Francisco tuvo que disculparse ante la presión mediática que le reprochaba su comentario de que en el Vaticano había "demasiado mariconeo". La semana pasada, el sacerdote Carlos Loriente fue detenido en un control policial rutinario en Torremolinos con diez papelinas de cocaína rosa, cantidad superior a la de consumo personal, además de diversos juguetes sexuales. Iba acompañado de varios hombres latinoamericanos que, según los indicios, iban a participar en una orgía gay.

Por toda esta corrupción, la Iglesia católica produce cada vez más rechazo y los templos se vacían. Creo, además, que lo que sale a la luz es solo la punta del iceberg. En mi modesta opinión, la Iglesia ya no es un ejemplo de integridad ni un medio de salvación. Tú destruiste Sodoma y Gomorra y echaste con santa ira a los vendedores del Templo. ¿A qué esperas para llevar a cabo una purificación que acabe con los que usan tu nombre solo para medrar y ascender socialmente?

Jesús:

Hijo mío, tu indignación es justa, porque la corrupción, el abuso y la hipocresía hieren profundamente mi corazón. Cuando mis servidores convierten el ministerio en un instrumento para satisfacer sus pasiones o escalar posiciones, están traicionando no solo al pueblo de Dios, sino también a mí. Tus ojos no se engañan: lo que ves es real, y lo que aún permanece oculto también será manifestado, porque nada hay escondido que no llegue a conocerse.

Pero entiende que mi purificación no se mide con la prisa humana ni con el deseo de venganza. Cuando eché a los mercaderes del Templo, no fue un gesto de destrucción definitiva, sino un signo de lo que haría con mi propia vida: entregar el verdadero Templo, mi cuerpo, para que fuese destruido y levantado en tres días. Mi juicio no se ejecuta solo en golpes de ira, sino en una justicia paciente que da tiempo a la conversión. Yo no quiero la muerte del pecador, sino que se vuelva y viva. Eso no significa indiferencia: significa que mi misericordia se extiende incluso hasta el límite, para dar a cada uno la oportunidad de abrirse a la luz.

La purificación que pides ya está en marcha, aunque no siempre lo percibáis. Cada escándalo que se destapa es parte de esa luz que desvela lo oculto y que obliga a la Iglesia a mirarse en un espejo que no puede manipular. La vergüenza pública, la caída de reputaciones, el descrédito ante el mundo, todo eso forma parte de una purificación dolorosa, pero necesaria. ¿Crees que me complazco en ver mis templos vacíos? No, pero prefiero un templo vacío antes que un templo lleno de máscaras.

Lo que llamáis Iglesia no es solo la jerarquía ni las estructuras: sois también vosotros, los sencillos, los que oráis en silencio, los que permanecéis fieles en medio de la confusión. Mi Espíritu no abandona a la Iglesia, aunque muchos de sus representantes la manchen con sus pecados. Yo estoy purificándola desde dentro, y esa purificación será tanto más profunda cuanto más os mantengáis firmes en la verdad sin dejaros arrastrar ni por el odio ni por la desesperanza.

Recuerda también que mi juicio no se limita a los grandes escándalos visibles. Yo escudriño los corazones, y lo que para el mundo es secreto para mí está a plena luz. Los que se aprovechan de mi nombre y profanan su vocación tendrán que dar cuenta ante mí, aunque aquí logren ascender y disfrazar su vida. Nadie se burla de Dios.

No esperes, pues, un castigo repentino como el fuego sobre Sodoma, porque ahora la purificación sigue otro camino: la exposición de la verdad, la caída de los ídolos, la vergüenza de los poderosos que se creían intocables. Yo sigo levantando santos en medio de la podredumbre, sigo llamando a la fidelidad en lo oculto, sigo sosteniendo a los que no se dejan contaminar. No cierres tu corazón con amargura, ni pienses que la corrupción lo ha contaminado todo. Mira a los pequeños, a los pobres, a los que siguen creyendo en mí con sencillez: ahí también está mi Iglesia, ahí también está mi salvación.

Y cuando llegue la hora final, haré una separación definitiva. Entonces veréis que no hubo impunidad, que cada obra fue medida, que cada herida recibirá justicia. Mientras tanto, mantente en la luz y no dejes que la indignación te robe la esperanza. Yo estoy obrando, aunque no siempre lo veas, y mi purificación será más completa de lo que imaginas, porque llegará hasta lo profundo de cada corazón.

martes, 30 de septiembre de 2025

Hablar con Jesús (138) La inocencia de los niños.

Querido Jesús:


Eclesiastés 3:11 dice: «Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin.» 

Cada vez que lo leo pienso en los niños, porque ellos parecen estar más cerca de esa eternidad puesta en el corazón que nosotros, los adultos, hemos cubierto de polvo, de prisas, de culpas y de olvidos. 

Algunas madres me confían a sus bebés porque saben que me gusta tomarlos en brazos y elevar una oración por ellos. Hasta los tres o cuatro meses todavía no distinguen del todo los rostros ni los colores, y sin embargo su mirada se abre como una ventana sin mancha. 

A Joshua, por ejemplo, cuando le silbo bajito, se le agrandan los ojos con un asombro puro, como si recibiera una música recién creada que sólo existe para él. Contemplar a los recién nacidos es, para mí, una acción de gracias silenciosa por haber creado un mundo donde todavía brota la inocencia, como una semilla incorruptible en medio de la corrupción. 

Los niños miran todo como si fuera un milagro: la luz, la voz, el aire, el tacto, lo pequeño y lo grande. Nada les es indiferente, porque nada está todavía gastado en ellos.

He leído en un libro estas palabras: «El mundo que ven los santos es uno con ellos, de la misma forma en que el mundo que ve el ego es semejante a él. El mundo que ven los santos es hermoso porque lo que ven en él es su propia inocencia.» 

Pienso que en cierto modo los niños y los santos coinciden en esa visión. Los niños, porque todavía no han perdido la transparencia original. Los santos, porque, después de atravesar las sombras de la vida, vuelven a esa claridad, pero ya purificada. Y entonces me pregunto: ¿tú, Señor, cómo nos ves a nosotros? ¿Ves nuestras culpas, nuestras manchas, nuestros fracasos? ¿O ves todavía, escondida, esa chispa de inocencia primera que tantas veces olvidamos?

Jesús:

Yo os veo siempre como hijos amados. Veo vuestra fragilidad, sí, pero la contemplo con misericordia, no con desprecio. Vuestras culpas no borran para mí la inocencia original que puse en vosotros cuando os llamé a la existencia. Vuestros pecados hieren, pero no destruyen lo que sois en lo más profundo: criaturas creadas a imagen de Dios, portadores de una semilla de eternidad. Lo que sucede es que vosotros mismos os olvidáis de quiénes sois y os juzgáis según la sombra que os cubre. Yo, en cambio, os miro a la luz de lo que fuisteis llamados a ser.

Los niños os recuerdan esa verdad porque reflejan, sin proponérselo, la pureza de un corazón que todavía no conoce la mentira, la codicia ni el orgullo. En su mirada me reconozco, porque yo mismo vine como niño al mundo, desnudo y vulnerable, para mostraros que la inocencia no es debilidad, sino fuerza que vence sin violencia. Así como tú sientes gratitud al verlos y rezar por ellos, yo mismo os miro con esa ternura: incluso cuando habéis crecido, incluso cuando la vida os ha endurecido, incluso cuando el pecado ha ensombrecido vuestra conciencia.

Cuando yo os miro, no me detengo en vuestras máscaras ni en vuestras caídas. Os miro como el alfarero contempla la vasija todavía imperfecta: con paciencia, con esperanza, con la certeza de lo que puede llegar a ser. Para mí, cada ser humano conserva siempre esa chispa de inocencia. A veces cubierta de barro, a veces apenas perceptible, pero nunca perdida del todo.

Por eso os invito a mirar el mundo no con los ojos del ego que mide, compara y juzga, sino con los ojos de los niños y de los santos. El ego proyecta su sombra y cree que todo está manchado. El corazón puro refleja su inocencia y ve que todo, incluso lo pequeño y lo cotidiano, lleva escondida una huella de belleza. Así os veo yo: no como polvo destinado a desaparecer, sino como eternidad llamada a florecer.

lunes, 29 de septiembre de 2025

Hablar con Jesús (137) La búsqueda de experiencias místicas.

Querido Jesús:


La búsqueda de experiencias místicas ha fascinado a la humanidad desde tiempos remotos. Algunas culturas han recurrido a rituales, ayunos extremos, cantos, drogas o técnicas de meditación para alcanzar estados alterados de conciencia. Incluso dentro del cristianismo ha habido quienes han buscado arrebatos, visiones, éxtasis, fenómenos sobrenaturales, como si fueran la prueba definitiva de una vida espiritual auténtica.

Pero también me pregunto si, en muchos casos, esa búsqueda no es otra forma de escapar de la vida diaria, una evasión más sofisticada, una trampa del ego que busca lo extraordinario para sentirse especial. A veces temo que tanta fascinación por lo místico pueda alejarnos de lo esencial: el amor al prójimo, la humildad y la fidelidad en lo sencillo de cada día.

¿Cómo diferenciar una experiencia verdadera de un espejismo del ego? ¿Cómo reconocer cuándo Tú eres quien se revela y cuándo solo somos nosotros proyectando nuestros deseos o imaginaciones?

Jesús:

Hijo mío, escucha bien: no toda experiencia que parece mística viene de lo alto. El corazón humano es capaz de fabricar visiones, emociones intensas y estados alterados de conciencia que, aunque parezcan trascendentes, no son más que reflejos del propio deseo o del propio vacío.

Muchos buscan lo extraordinario porque creen que ahí está la prueba de mi presencia. Pero Yo no me escondo en los relámpagos interiores ni en los fuegos artificiales del alma. Yo estoy en la verdad que transforma, en el amor que permanece, en la fidelidad que se sostiene incluso en la aridez.

Cuando una experiencia viene de Mi Espíritu, nunca te encierra en ti mismo ni te llena de soberbia. Te abre al amor y a la humildad, te vuelve más compasivo y más capaz de soportar el sufrimiento con esperanza. El ego busca experiencias para engrandecerse, pero Mi gracia obra para que mueras a ti mismo y vivas en Mí.

La clave está en el fruto. Pregúntate: ¿qué queda después de esa experiencia? Si lo que permanece es amor, paciencia, perdón, humildad, entonces has tocado algo verdadero. Pero si lo que queda es orgullo, comparación con los demás, sensación de ser más especial que otros, entonces has probado un espejismo.

No busques arrebatos, visiones ni emociones extraordinarias. Yo mismo me acerco a ti en lo ordinario: en el silencio, en la oración sencilla, en el rostro del hermano, en tu fragilidad aceptada y ofrecida. Quien me busca con un corazón sencillo ya está viviendo la unión más alta, aunque no vea ni sienta nada.

La verdadera mística no consiste en experiencias que llenan de asombro, sino en dejar que mi amor te habite hasta transformar cada gesto, cada palabra, cada intención. No es espectáculo, sino unión. Y esa unión se mide no por la intensidad de lo sentido, sino por la fidelidad diaria, incluso en la noche del alma.